El Diván de Juan José Torres

La hija pródiga hace las maletas

Cuando alguien cree que lo controla todo o que está iluminado por la inspiración se equivoca. En el mundo está todo inventado, hasta las maquiavélicas ideas que construyen armas sofisticadas y letales, los contraespionajes que crean un conflicto bélico donde no lo hay; si acaso, falta todavía concebir fórmulas terapéuticas que curen las enfermedades irreversibles, pero quizás los intereses sean otros y las preocupaciones de los estadistas mimen más aquellas cosas que producen dinero, no aquellas otras en que hay que invertirlo. La educación y la política deberían ir siempre de la mano, pero cuando se malcría por tanta concesión ya no funciona ni el látigo.
Cuando el padre y la madre no ponen normas a su hijo de cinco años, no saben decirle nunca que NO, son incapaces de darle una cariñosa pero necesaria colleja, el niño, ya convertido en adolescente, es un mozo desbocado. Intenta ser el jefe de la manada, dicta sus condiciones, exige lo que cree que son sus derechos, reclama un dinero que no se ha ganado, levanta la mano si es preciso y amenaza con irse de casa. Será entonces cuando los padres y madres necesiten llevarlo al psicólogo, solicitar ayuda al instituto, escribir una carta a Javier Urra para que les dé consejo o denunciar el acoso a la Fiscalía de Menores.

Ya es tarde. El Gobierno de la Nación quiere aplicar ahora el artículo 155 de la Constitución y, por su excepcionalidad, se ve abocado a reinventarse y hacer realidad lo que ha estado desde cuarenta años escrito en una página de la Carta Magna y que será refrendado por el Senado. Teniendo en cuenta que su implantación no supone la supresión del Estatuto de Autonomía, falta por conocer qué medidas concretas se van a poner en marcha, pues tampoco están especificadas en el marco constitucional. Parece obvio que el control financiero será gestionado por el Gobierno Central y se impondrán nuevos cargos al frente de las instituciones.

Se intuye también la necesidad, por parte del gobierno, de convocar nuevas elecciones autonómicas para cambiar el mapa político del hemiciclo, pero para ello tendrá, obligatoriamente, que disolver el actual Parlamento catalán. No obstante surgen razonables dudas de que el artículo 155 sea la mágica panacea, pues si el gobierno de Madrid intentó boicotear, con la ley en la mano, el referéndum catalán, ¿por qué no pensar que los nacionalistas intentarán bloquear igualmente unas elecciones promovidas por el Estado, argumentando que su Parlamento ha sido secuestrado por la oficialidad española?

A partir de ese momento y realizada la hipotética consulta, ¿qué porcentaje de votos y de abstención será convalidado con ciertas garantías? ¿Un 50% de participación sería suficiente? ¿Un 50% de abstención sería moralmente aceptado? Si los independentistas toman la calle, ¿habrá respuesta policial? ¿Enviará el gobierno al ejército como exige la extrema derecha? ¿Se desatará una convulsión social irrespirable? ¿Serán detenidos Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Carme Forcadell, Artur Más, Joan Tardà o la cúpula de la CUP? Mientras unos aplican la ley, ¿otros crearán héroes y mártires? ¿Será el artículo 155, en definitiva, una solución?

A los Estatutos de Autonomía se les confirieron, desde el Congreso de los Diputados, competencias en materias que deberían ser intransferibles: seguridad, justicia y educación. No hubiese ocurrido que los Mossos entorpecieran a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado; no pasaría que el Hospital de Elda esté colapsado y masificado mientras los de Yecla (Murcia), Almansa (Albacete) u Onteniente (Valencia) no llegan al 100% de ocupación; no me diría mi sobrino ibicenco, de siete años, que tiene ganas de visitarme pronto cuando viaje a mi país. Habríamos evitado que un Mosso pueda esposar a un Guardia Civil, que un enfermo de urgencias sea ubicado en un pasillo o que en los libros de texto se instale el odio a la centralidad española.

El niño se ha hecho mayor y quiere darle un portazo a la puerta pidiendo la paga. Si no supimos educarle ya no sirve la vara. Pero con empresas que cambian su sede social y fiscal, con la fuga de capitales, con un turismo que se va a pique, sin financiación del Estado y sin reconocimiento internacional, volverá a llamar a la puerta algún día. Una puerta abierta de par en par porque es la suya, pero entonces las condiciones las pondrán papá y mamá. Y para eso habrá que modificar, antes de que sea tarde, las limitaciones estatuarias.

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