El Diván de Juan José Torres

La integridad de Juan Cantero

Ya sé que esta semana hay variados y excelentes artículos recordando la grandeza humana de Juan Cantero. Distintas columnas ocupan espacios de tinta en EPdV. Sin embargo no me aturde el hecho, me complace. Por lo tanto espero la benevolencia del bueno de Carlos Prats para saturar, un poco más, comentarios y bendiciones sobre este santo hombre que se nos ha ido para siempre. Porque escribir sobre las excelencias de la buena gente nunca empalaga. No ocurre lo mismo con los ajetreos de la sociedad municipal, preocupados más en dimes y diretes; y de sus asuntos, personales y públicos, siempre habrá tiempo.
Habiendo sido un hombre andolero, pues sus últimos años tejía su relación social en la calle, como los hombres del pueblo, detenerse unos minutos y conversar con él significaba un privilegio. ¿Saben por qué? Porque quedan muy pocas personas que dialoguen con respeto y simpatía sin perder solemnidad, elocuencia, cordura y algo ya casi hoy en extinción: que miren con ojos curiosos y vivos a la cara, sin distraimientos, sin excusas. Juan miraba a la cara. Y esa visión azul y fresca, sincera y limpia, transparente y dulce, tan honda y humana, seducía. Y solía coger el brazo del tertuliano como expresión de cercanía, de manos tendidas.

La trascendencia de sus ojos, esos ojos sencillos y modestos pero incapaces de mentir, convertía en un intento vano y trivial cualquier amago de discrepancia. Juan sabía escuchar, algo tan sencillo como inhabitual hoy en día. Y atendía con esa paciencia infinita y en ocasiones tan necesaria sólo para intervenir en observaciones importantes. Igual de amable para con todo el mundo, por más que él llevara sus problemas a cuestas con el disimulo que tiene el arte de la discreción, de no extrapolar las propias angustias para no multiplicar un problema por dos. Todo un caballero de la puntualidad y la palabra, de la Palabra de Honor.

Mientras se apagaba lentamente en esos cuatro meses de agonía silenciosa, se abría poco a poco ese túnel de luz y de esperanza. ¿Quién sabe si la fractura, abierta y desagradable, de sus compañeros/as del PSOE podría haberse evitado con su sola presencia? ¿Quién se habría atrevido a retar o a vulnerar ese tradicional respeto a un estilo, a unas siglas, a una herencia honesta e histórica de haber estado él? Porque cualquiera diría que alguien aprovechó su ausencia para afilar primero los dientes y morder después. Juan, allá donde se encuentre, habrá dado un golpe de indignación en la mesa para gritar: ¡Hágase la Paz!

Viejo sabio, viejo zorro y viejo luchador Juan. Autodidacta, pacifista, cristiano comprometido, sindicalista, socialista, guerrillero de las mejores armas: la palabra, el perdón y el abrazo. Amigo de sus amigos, de los enemigos de sus amigos, porque él no tenía, cansado de tanto andar sin divisar la meta pero joven, eternamente joven de espíritu y de corazón. Y cargado, en silencio, de un saco invisible con las mejores especias: ilusiones y esperanzas. Confío en que su muerte no sea en vano. Espero que aparezcan muchos jóvenes y mayores como él, los suficientes Juanes Canteros no ya para arreglar el mundo, harto complicado, sino para que el mundo sea un poco más amable.

¡Cuánto duele el adiós de los amigos que se van! Por eso yo, desde mi respetuoso agnosticismo, le preguntaría a Dios por qué se lleva tan pronto a las personas buenas. En su cielo no hacen tanta falta pues no hay maldad alguna. En cambio aquí hay tanto lodazal y tanta mediocridad… Necesitamos a los ángeles. Pero a los ángeles vivos. Como Juan. Yo, mientras tanto, procuraré seguir la estela de sus sueños. Descansa en paz.

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