El Diván de Juan José Torres

La maté porque era mía

En la población de adolescentes existe una clara tendencia de que sus chicas, sus nenas, sus muñecas, son suyas

Comiendo un menú del día, económico y sencillo, en el bar Granada y estando mi mesa justo al lado de la televisión, me resultaba imposible no verla ni escucharla. Como en muchos otros locales que suelen poner canales de música, yo prefiero los informativos y documentales y no me quedaba otra que recibir los mensajes y la sintonía de las canciones.

Una de ellas me llamó la atención y de ahí este artículo. La banda se llama Reik, un grupo mexicano y el tema “Ya me enteré”. Y la letra, entre otras cosas, dice: “Ya me enteré que hay alguien nuevo acariciando tu piel, algún idiota al que quieres convencer. A quién quieres engañar. Olvídate de ese perdedor. Que yo soy mejor. Que eres mía y sólo mía amor. Despídete de ese perdedor. Estoy seguro que regresarás. Estás con él por pura comodidad. Aburrida entre sus brazos”.

Me indigno un poco porque, vamos a ver. Si está la señora con otro es porque ella quiere y si un día vuelve contigo será su propia decisión. ¿Quién es el letrista compositor que afirma y escribe que el perdedor es el otro, el rival, cuando en realidad el derrotado es él mismo, al sentirse abandonado? Pero más allá de estos mensajes está la soberbia del lenguaje cuando sentencia que el otro es un idiota y un perdedor. El problema es la jerga machista y sexista de dominio, cuando todo el mundo debería saber, desde los tiempos inmemoriales de la educación infantil, que nadie pertenece a nadie y si en algún tiempo conviven es por mutuo acuerdo y voluntariamente. Ese sentimiento de pertenencia y posesión que llevan en su ADN muchos adolescentes debería erradicarse, porque si no, pasa lo que pasa, que pasan cosas…

Asusta que en las encuestas y estadísticas sociológicas en la población de adolescentes existe una clara tendencia de que sus chicas, sus nenas, sus muñecas, son suyas. Nada más lejos de la realidad. Nadie es de nadie y hasta que no lo asuman los quinceañeros, veinteañeros, treintañeros y más maduros el escenario es preocupante. Esa violencia machista, o de género, porque a estas alturas me da lo mismo la terminología, ocurre porque la sociedad está llena de letras cancioneras irresponsables, de videoclips tendenciosos, de redes sociales incontroladas, de incompetencia muchas veces de las propias familias, de falta de recursos en los sistemas educativos, de algunos partidos políticos que siguen negando la evidencia y de la dejadez de algunos medios de comunicación al dejar proliferar mensajes tóxicos.

Nadie pertenece a nadie y si una chica se va con otro es su libertad, frente al egoísmo del rapazuelo. Ese comercial Día de los Enamorados del que casi todo el mundo lo recuerda y celebra el 14 de febrero, con regalos, abrazos y declaraciones de amor es otra quimera de la sociedad en la que vivimos. Si San Valentín levantara la cabeza, como a veces se dice, volvería a agacharla de pena y tristeza. Dicen las crónicas que este Santo fue un sacerdote, llamado Valentín y que ejercía su místico oficio bajo el reinado del Emperador Romano Claudio II, entre los años 268 y 270 d.C. El César prohibió el matrimonio de romanos jóvenes, porque la soltería garantizaba una prometedora legión de adolescentes para las guerras romanas y, si acaso, morir dignamente en combate. Pero el matrimonio les eximía de reclutarse en el ejército.



El monje Valentín ofició bodas a pesar del decreto, aun conociendo el riesgo que entrañaba. Las celebraba en las bodegas de las mazmorras clandestinamente para satisfacer ese amor, platónico o real, de jóvenes enamorados. Alguien lo delató, como ocurre con los chivatos en las películas o con traicioneros en la vida misma. Y el hombre fue decapitado sin piedad por insubordinación. Si este clérigo hubiese reflexionado que en siglos posteriores muchos niñatos machotes iban a estar convencidos de que sus chicas, novias o esposas iban a ser de su colección eternamente, no habría casado a ninguno y, probablemente, habría salvado la vida. Y esta es la reflexión que propongo. El problema no es solo el lenguaje, son los gestos; porque detrás de esas conductas, en el fondo, existe una profunda convicción alimentada por una cultura y una educación absolutamente deformadas.

Como enlace musical sugiero una canción de Julio Iglesias, cantante español y famoso en el mundo entero. Y tú lo sabes. Este tema del año 1987 tiene por título “Lo Mejor de tu Vida”, que melódicamente es precioso, pero lamentablemente, el mensaje sigue siendo desesperanzador, con esa contundencia posesiva y obsesiva del “fuiste mía”. Porque si no se corrigen estas cosas en los años próximos, los machotes que vengan detrás, muy convencidos ellos de que estas conductas son las normales, sin debates ni discusiones, el siguiente capítulo será: “Te maté porque fuiste mía”. Por cierto, sección ya muy dramática por los noticieros diarios porque tuvo un principio, pero no se atisba el final.

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