El Diván de Juan José Torres

La Memoria Histórica y Garzón

Yo no sé ustedes pero a mí me gustaría, cuando mueran mis seres mayores y queridos, enterrarlos o incinerarlos con la más absoluta dignidad. Ya no me importa tanto si a esa última despedida la acompañan rituales religiosos o laicos. Sólo aspiro a que el adiós sea digno y respetuoso, como son mis mayores. Si es bajo la tierra siempre sabré el lugar del eterno descanso, si son polvo incinerado igualmente sabré dónde están sus restos o en qué lugar los esparcí. Porque siempre es necesario tener una referencia, visual o emocional, para llorarles cuando me venga en gana o para recordarles, aún embargado de gratitud y emoción.
Hay sectores que quieren confundir con la retahíla de la Memoria Histórica. Hay quienes la rechazan con repelencia e instan a la ciudadanía a una rebelión anti-Garzón por el simple hecho de querer investigar el paradero de miles de desaparecidos. Son muchas las familias, segundas y terceras generaciones, que quisieran saber qué fue del padre, del abuelo y en qué fosas yacen sus restos, ya que no podrán nunca resucitar sus vidas y darles el último y merecido beso. Los caídos del bando vencedor tienen sus monumentos en las plazas de los pueblos. Los vencidos en rincones ignorados.

Estos sectores escandalizados pretenden crear, en la opinión pública, una nueva confrontación, argumentando que Garzón quiere reabrir las heridas cerradas de la contienda civil. Y no es así. La Guerra Civil ya acabó, aunque nunca debió iniciarse, y más dura que la propia lucha fue la crueldad de la postguerra. Nadie quiere resucitar viejas rencillas ni realimentar los odios, y el espíritu de paz y concordia no puede ni debe volver a quebrantarse. Pero es la dignidad de los muertos escondidos y la desazón de sus familias las que reclaman verdades, justicias y reparaciones. Y en eso estaba el juez Garzón, hasta que lo repudian hasta su exterminio laboral.

Este magistrado ha llevado a la cárcel a terroristas etarras e islámicos, a mafiosos del narcotráfico, a redes de criminales y sicarios, a ladrones de guante blanco de la hacienda pública y privada y a quienes merecen ser castigados por su peligrosidad económica o social. Condujo a los tribunales a los responsables militares argentinos que lanzaban desde los aviones a detenidos para ser pasto de tiburones, y las Madres de Mayo saben que los depredadores se alimentaron bien de sus hijos. Sentó en el banquillo de acusados a torturadores y sanguinarios y ha condenado a numerosos políticos corruptos.

¿De qué se le acusa? ¿Prevaricación? Pues que le sancionen por ello, pero que también se le deje investigar. ¿Cuál es su culpa? ¿Que es un juez estrella? Ojala hubiesen más jueces estrella si son igualmente implacables con los que devoran y esquilman la vida y la razón. ¿Que cobra una pasta por sus conferencias? También cobra José María Aznar representando a su dudosa Fundación y nadie abre el pico. ¿Que presenta en sus causas escuchas ilegales? Pues si las escuchas no sirven para esclarecer verdades y reclamar justicias para qué el Poder Judicial y para qué los legisladores. Reinventemos pues las tapaderas y los negocios sumariales.

Que dejen trabajar al juez Garzón, que no lo pongan en tela de juicio si es que no se quiere perjudicar las esperanzas de quienes siguen creyendo en la Justicia. Y por las miles de familias que ya no lloran a sus muertos, lloran sólo sus olvidadas lejanías. Que no reclaman ni venganzas ni ajusticiamientos. Desean tenerlos cerca aunque estén tan lejos, tan irrecuperables, en las líneas invisibles y divisorias. Y si, leída la columna, apoyar a Garzón es un acto antidemocrático, ¿a qué esperan los denunciantes conservadores y falangistas? Que me lleven preso.

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