La Rockola de Fernando

La Rockola de Fernando: A garrotazos

Viene el título de la columna de este mes a cuenta del recuerdo de una de las, como casi todas, geniales obras de Goya, ese duelo a garrotazos en el que podemos ver a dos ancestros en plena tarea de abrirse la cabeza a eso, a garrotazos.
Lógicamente no dice el cuadro cuál es el motivo de la porfía, sin embargo, esta pintura ha sido vista desde su creación (1819-1823) como la lucha fratricida entre españoles; en época de Goya las posiciones enfrentadas eran las de liberales y absolutistas. El cuadro fue pintado en la época del Trienio Liberal y del ajusticiamiento de Riego por parte de Fernando VII, dando lugar al exilio de los afrancesados, entre los que se contó el propio pintor. Por esta razón el cuadro prefigura la lucha entre las Dos Españas que se prolonga en el siglo XIX entre progresistas y moderados, y en general en las posturas antagónicas que desembocaron en la Guerra Civil Española.

Tras ella y ya entrados en la transición, parecía que por fin los españoles estábamos ya curados de muchas cosas y muy lejos de lo que con los años llegaría. Eran años en que los que fumaban no molestaban a los que no, en que el que quien quería iba a los toros y el que no quería no iba, unos llevaban sus niños a colegios privados, otros a concertados y otros a públicos y aquí no pasaba nada. Los catalanes buscaban una autonomía extensa, pero no se oía la palabra independencia, salvo en un reducido grupúsculo alrededor de Terra Lliure. Ya había un feminismo que, contando en su movimiento con mentes mucho más preclaras que las de ahora, como por ejemplo Cristina Alberdi, Mar Arteaga, Pilar Bellver, Marina Rosell y un largo etcétera, nunca necesitó enseñar las tetas ni asaltar iglesias o mear en la calle para reivindicarse. Siempre les bastó con desnudar su inteligencia. Hasta en la política existía un “savoir faire” que ya se ha perdido y era tan solo el futbol aquello que nos encendía, eso sí, sin llegar a esos niveles de muertos y heridos con grandes destrozos en partidos de máxima rivalidad.

Los tiempos han cambiado, hemos evolucionado, hay quien dice que somos más civilizados, y sin embargo y a pesar de los casi doscientos años de esa obra, en lo que es el fondo, la esencia, poco hemos cambiado. Esta pasada Semana Santa ha sido una muy buena muestra de ello. En Sevilla, un grupo de personas provocaron estampidas entre la gente, unos mencionando a Alá y otros mofándose de un paso. Carmena en Madrid puso precio al casi único desfile procesional de importancia que tiene la capital. Colau se mostró en Barcelona partidaria de que no existiera la Semana Santa como tal. Ahora, socialistas y peperos andan a la greña por la bajada a media asta de las banderas en los centros dependientes del Ministerio de Defensa.

Los toros, que mal que les pese a algunos son Patrimonio Cultural Inmaterial de España, y en los que hace años nunca hubo más discusiones que las normales entre partidarios de un diestro u otro, son ahora motivo de manifestaciones y algaradas entre taurinos y antitaurinos, con alcaldes que hasta aprovechan su cargo para prohibir dichos festejos en sus ciudades.

Y a todo esto podríamos sumar una buena retahíla a la que añadiríamos, por ejemplo, a los que no quieren circos con animales, los que no están de acuerdo con los carriles bicis o con los ciclistas por carretera, los que no quieren que los moros y cristianos se llamen así, moros. Los que piden la legalización de las drogas “blandas”, los que no quieren al ejercito en su ciudad, los que no quieren formar parte de España y una larga lista que aquí no cabría, entre los que quieren algo y los que quieren lo contrario.

Olvidamos lo que es libertad y lo que es libertinaje. Olvidamos que es más fácil la concordia que el enfrentamiento. Olvidamos que a este país los enfrentamientos entre españoles le han costado muchos muertos y mucha sangre y olvidamos lo principal, que nunca una opinión vale más que otra.

Y así, de diferente forma, pero con mismo fondo, nos volvemos a dar de simbólicos (a veces) garrotazos, pretendiendo que mi yo sea mejor o más grande que el tuyo, y por regla general en cuestiones en las que no nos va ni la vida, ni la familia, ni el sustento diario. Eso sí, luego, cuando juega la selección, prácticamente todos a una somos España, aunque los que cambiemos de canal para ver otra cosa, pues no nos gusta el futbol, no salgamos a manifestarnos en contra de ello y al día siguiente todos nos miren como a bicho raro cuando decimos “no, yo no vi el partido”.

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