La Rockola de Fernando

La vida

Es curioso el tiempo que pasamos dedicados a pensar cómo es o cómo nos gustaría que fuera la vida en lugar de vivirla, y si bien ha habido grandes filósofos a lo largo de la historia que se han dedicado a intentar encontrar el sentido de la misma, no es menos cierto que la aparición de las redes sociales ha dado un gran impulso a tratar de definir lo que es o debiera ser la vida.
Diariamente encontramos, en el momento nos asomamos a la red, a nuestra red social favorita, que resulta que también lo es de muchos millones de personas en todo el mundo, mil y una frases, mejor o peor acompañadas de fotografías y hasta de vídeos con música, en las que el "filósofo" de turno (y no me libro de esta denominación medio satírica) da su propia definición sobre lo que es la vida o tan solo consejos de cómo poder vivirla mejor. Unas son muy simples y otras muy grandilocuentes, pues de todo debe haber en la viña del Señor. Hasta las hay de grandes maestros de religiones y culturas tanto pasadas como presentes y, no sé, tal vez algún día a alguien se ocurra establecer un ranking de frases o sentencias más copiadas y reenviadas. Desde luego yo no seré esa persona.

La gran verdad es que todo lo antedicho ocurre mientras hacemos lo único que de verdad cuenta y que no es otra cosa que vivir la vida, nuestra vida. Todos tenemos una y a lo largo de estos años en que me he mezclado con las redes y sobre todo con la gran red que es Facebook, si hay algo que puedo constatar, es el haber encontrado una gran mayoría de personas que dicen estar contentas con su vida, pero… Tras ese pero, a renglón seguido, se empiezan a escapar una serie de quejas y deseos que me hacen pensar que menos mal que estaba conforme con su vida, si no, no sé que hubiera sido. Me atrevo a decir aquí y en voz alta, que si hay una definición para este tiempo que nos ha tocado vivir, es la de una era caracterizada por la inconformidad con lo que es nuestra vida.

Esto que a simple vista podría parecer una gran perogrullada o una boutade histórica, se sustenta ya no en el fruto de miles de conversaciones con mis "amigos" de las redes, sino en una simple constatación de lo que ocurre a nuestro alrededor. Así, hemos asistido en cuestión de pocos años al florecimiento de clínicas estéticas donde arreglar desde una nariz hasta unos muslos, pasando por todos los espacios que ambos abarcan. A esos préstamos para cambiar de vivienda y no por falta de espacio o degradación del entorno, no, simplemente por descontento. Igualmente cambiamos de pareja, de coche, de muebles, de escuela, de iglesia, de religión, de partido y hasta de forma de pensar si vemos que eso nos va a hacer más felices.

Pero lo bonito es que, a pesar de tanto cambio, no lo somos, y entonces, cuando ya nos hemos cambiado a un piso mayor, en alguna ocasión comentamos lo felices que éramos en ese otro más pequeño donde vivimos tantos años.

Podría seguir enumerando ejemplos, pero no, prefiero lanzar mi sentencia, que no es otra que decir que nunca estamos contentos con lo que tenemos. Que se nos ha regalado una vida, que podría ser fácil y placentera, y nosotros, día a día, una gran mayoría, nos empeñamos en buscarle los tres pies al gato para hallar ese clavito necesario para no poder estar a gusto y así, sin darnos cuenta, ir pasando una vida que no volverá y que desaprovechamos, simplemente por no querer darnos cuenta de todo lo bello que nos rodea y de que no se trata de tener, sino de ser.

Y así, teniendo en vez de siendo, pasamos la existencia dando la espalda a ella, a la vida. La que nos arropa en cada momento, la que nunca nos ahoga del todo y la que nos proporciona todas las alegrías que somos especialistas en olvidar. Ahora y cada vez más, comprendo a una pareja de vecinos muy peculiar: eran mi abuela y el abuelo de la casa de al lado, casas separadas en el jardín por una reja. Siempre salía primero mi abuela a sentarse, gorda, oronda y con un cabello lleno de plata, en su sillón de mimbre que la había acompañado desde su pueblo natal. Salía él más tarde y casi invariablemente saludaba con un "señora Amparo, hoy será un buen día", contestando siempre mi abuela, "si señor, seguro que es el mejor". Eran otros tiempos, era otra vida, pero ya lo hemos visto, siempre era el mejor día.

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