De recuerdos y lunas

Las vuvuzelas

Se equivoca el hombre Blanco comparando a Rajoy con las vuvuzelas. Voz zulú, dicen que su sonido imita el barrito de un elefante. O acaso el zumbido constante de las abejas. Entonces, muchas juntas, miles, parecen manada. O panal entre panales. Hasta ensordecer. Yo las siento más como moscas del desamparo, como el clamor secular del África esclava. El anuncio de que se precipita en torrentera el hambre de la humanidad. Porque por allí por donde dicen que nacimos, por donde nace también el Nilo, allí morimos porque falta el pan, el agua y la sal. La mancha del hambre se extiende por todo el continente y rebosándolo, derretida, se embarca en pateras, en cayucos, en balsas... hasta las costas del paraíso –o del infierno– que son nuestras costas. Esto si el naufragio no hace del mar maldita morgue.

Clamor secular del África esclava que no oímos o que no queremos oír, asimilando su impertinente constancia, aun dañándonos con sus decibelios porque también parecen camiones o autobuses en atasco haciendo sonar el claxon, las vuvuzelas se convierten en runrún impertinente que termina pasando desapercibido. Como África. Porque como nos molesta nos acostumbramos para no sentirla. Porque con África existen muchas cosas que no queremos ver porque nos duele verlas. Porque en África aún existe la esclavitud. Pero no sólo la esclavitud que procura el hambre y la deuda del hambre sino también la esclavitud de los esclavos que son vendidos en mercados saudíes. Especialmente, bellezas nubias que reflejan el sol sobre la piel betún. También, los hoteles lujosos son semiburdeles donde las chicas que sirven haciendo las camas –nos lo contó Enrique Meneses en "África de Cairo a Cabo"– también sirven deshaciéndolas. Y si de África en un tiempo nos interesó el ébano y el marfil, los diamantes y el oro, el cacao, la mandioca y hace nada la perca, ahora también el coltán, ese oro gris utilísimo para nuestras innovadoras tecnologías que disparata los intereses sobre el continente.

Cuando el cincuenta aniversario de la fundación de la Organización de las Naciones Unidas, Martin Rowson, dibujante de The Guardian, publicó una viñeta en la que un grupo de esqueletos se encaminaba hacia el edificio de la ONU portando una enorme tarta, cochambre con velas apagadas. En la tarta una nota decía: "Feliz 50 Aniversario de parte de los agradecidos pueblos de Bosnia, Ruanda, Somalia, Timor, etc...". En el ángulo izquierdo, ondeaba más como trapo que como bandera, la bandera de la ONU. Cercada de moscas. Sonido de vuvuzelas. Pero también sonido de vuvuzelas eran las Z-Z-Z-Z-Z-Z, onomatopeya de quien duerme, que se dibujaba en cada ventana del edificio internacional que vela –dicen– por los Derechos Humanos.

África principalmente es la porteadora de la miseria en el mundo. Es verdad que también hay miserias en otros lugares, pero África es el paradigma de los absurdos del hambre porque contrasta su enorme miseria con su enorme riqueza y con su enorme belleza. La miseria no está reñida con la belleza. No nos gusta la miseria pero puede tener perfiles hermosos.

Las vuvuzelas son los tambores de África hechos viento. Tambores tamtan de su sensibilidad y sabia voz que el mismo Meneses nos aconsejaba que escucháramos, porque escuchando a África nos encontraríamos: "Recomiendo al hombre occidental que escuche la voz sabia y reposada de los 'primitivos' porque ésa es la voz de nuestra sangre, la misma que no ha dejado de correr por las venas de la humanidad desde el principio de los tiempos. No la hay amarilla, blanca o negra. Toda sangre es roja y fluye inexorablemente a través de nuestras heridas."

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