Viéndolas pasar

Los Mundos de Yupi (o lo que Rosa no vio)

El otro día, paseando por el Azud de la Marquesa, a unos centenares de metros de aquel paraje sin par, me encontré a Charles Ingalls cavando un pozo para tener agua potable en su casa, la cual había construido él mismo, con sus manos, juntando troncos de árboles robustos que crecen, bien alimentados, en aquella pradera. Dentro de la casa, estaban su esposa Caroline y sus hijas Mary, Laura y Carrie. Era conocida como “la casa de la pradera”, porque allí, entre las flores de mil colores y el aroma de las frutas del bosque, se vive de maravilla, es el país de las maravillas.
Unos metros más allá correteaba Heidi por las laderas de las montañas que rodean aquel precioso valle donde corre un río lleno de peces, peces y patitos que comen pececillos y pececillas, claro. Sentado en una orilla, camuflado tras unos arbustos para no ser visto por esos mismos peces, estaba Pedro pescando salmones, truchas y cangrejos de río. Jugueteando entre los estambres y los pistilos de las amapolas, revoloteaban alegres Willy y Maya, la abejita alemana que rebosaba optimismo y que todo, todo, todo lo que veía era positivo y bueno para ella y para sus amigos (y amigas, claro).

En un rincón de aquel lago azul, había 7 hombrecitos que al son de una cancioncilla pegadiza, trabajaban llenando botellas de agua, agua mineral, con su Sodio y su Potasio, su Rubidio y su Francio, y no lleva Polonio 210 porque no es el Ebro, pero da igual si lo lleva, porque al fin y al cabo, alguien vería su punto positivo, pues se produce ese efecto tan bonito y útil que es conocido como “el efecto gusiluz”.

Y digo yo que si todo aquello se puede encontrar en un lugar tan excepcional y del que, nos guste o no, se va a producir la toma de agua del trasvase del Júcar al Vinalopó, podemos buscar todo aquello que tienen en común los personajes que acabo de nombrar, por ejemplo, familias unidas, trabajo en equipo, apoyo y ayuda entre vecinos y un objetivo común: el bienestar de la comunidad, y con esos ingredientes, con esa actitud de remar todos en una misma dirección, preocuparnos de encontrar respuestas a las preguntas que debemos hacernos, por ejemplo, ¿cómo se va a cambiar la salubridad del agua del Azud de la Marquesa para que a su llegada a Villena sea, de verdad, salubre? ¿Realmente importa poco o nada perder y, por tanto no tener, servicios de la Administración como la Seguridad Social, Hacienda o, más tangible que una o dos veces al año, una comisaría de Policía Nacional que ponga vigilancia en la calle todos los días y las 24 horas del día? En lugar de disfrazar de “bueno” lo que es objetivamente “malo” para Villena, ¿por qué no nos unimos todos y luchamos para que, como mínimo, no nos quiten lo poco que nos queda?

El respeto por las opiniones de los demás me impide decir lo que pienso de aquellos y aquellas que camuflan la verdad, que la manipulan por intereses políticos que no tienen nada que ver con los verdaderos intereses colectivos de una ciudad como Villena, donde vivimos gentes de izquierdas, de derechas y hasta apolíticos. Gentes que queremos trabajar y vivir lo mejor posible y que apreciamos a los amigos sin pensar en su color político.

(Aclaro que los personajes mencionados son de ficción, vaya a ser que alguien se crea esta historia. Es tan ficticia como aquel viajecito de nuestra compañera y amiga Rosa al Azud de la Marquesa).

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