El Diván de Juan José Torres

Orgullos Gays desmesurados

La gran fiesta del Orgullo Gay a nivel mundial, denominada World Pride, se celebra en Madrid esta semana, entre el veintiséis de junio y el dos de julio. Calculan sus organizadores más de ocho millones de visitas y cerca de siete mil millones de ingresos, por lo que me inclino a pensar que el exagerado apoyo oficial por parte de las instituciones a este acontecimiento y el enorme despliegue policial para custodiar y proteger el evento obedece al grandioso mercado económico que genera; más si arranca en una Fitur exclusivamente gay.
Me recuerda este asunto a las bulas papales, que perdonaban los pecados pasados, presentes y futuros a cambio de prestaciones económicas. El “poderoso caballero es don dinero”, de Francisco de Quevedo, continua en alza. Y que conste que no catalogo como un defecto la opción personal, sino el esnobismo colectivo. Yo me declaro republicano por convicción, porque no acepto las monarquías por herencias divinas; agnóstico, porque no entiendo los Dogmas de Fe; políticamente de izquierdas, porque defiendo que los recursos públicos de un país deben tener tanta o más consideración que los recursos privados o, cuanto menos, que no sean pisoteados por éstos.

Pero no alardeo de republicanismo porque hay cosas más importantes a las que atender, no discuto por mi incredulidad religiosa porque hay personas que tienen otras opciones y no debato si la izquierda está libre de pecado o es que está por encima del bien y del mal respecto a otras opiniones. La única bandera que sostengo es la denuncia del incumplimiento de los derechos humanos allá donde se producen, la explotación de seres humanos por otros sin conciencia, el ataque a la dignidad de las personas y la discriminación de gentes por su raza, opinión, sexo o procedencia geográfica.

Confieso igualmente que no soy anti-nada, en cualquier caso soy anti de cualquier manifestación o hecho que vulnere lo expuesto en el párrafo anterior. Me alegro de que sectores marginados tradicionalmente por multitud de legislaciones, como el colectivo de la mujer, el de LGBT, la explotación infantil, hayan sido reparados en muchos lugares, mitigados sus rechazos y normalizadas sus vidas personales y laborales. Aún queda mucho por hacer porque se sigue practicando la ablación, la tortura, la pena de muerte, la explotación laboral de niños y mujeres y penas carcelarias a opositores políticos, gays, transexuales y lesbianas y mujeres reivindicativas.

Por eso no acabo de entender que ayuntamientos, parlamentos autonómicos o palacios institucionales hagan ondear en sus astas las banderas reivindicativas de este colectivo cuando, en buena parte de países civilizados y democráticos, se respetan sus derechos como a cualquier vecino. Respetar las opciones personales y colectivas de sectores sociales no implica, necesariamente, promocionar entre los que no somos como ellos, un modelo de vida. “Vive y deja vivir” es un lema sabio que deberíamos tener todos en cuenta a la hora de convivir cotidianamente.

Desde mi punto de vista los gobiernos y sus instituciones deberían presionar por vías diplomáticas, incluso con advertencias comerciales en su caso, a aquellas naciones donde el abuso, el terror y la exclusión siguen imperando contra sectores sociales, pero no por ello hacer palmas y elogios en unos desfiles que parecen carnavalescos, como si de Río de Janeiro se tratase.

Porque esa discriminación positiva podría conllevar, por la misma regla de tres y los mismos derechos de agravios comparativos, al Día Mundial del Orgullo Heterosexual, al Día Mundial de Viudas y Viudos, de Separadas y Divorciados, Día Mundial de la Soltería, de las Familias Numerosas, de los Hijos Únicos, de los Huérfanos, de los Niños Robados, de los Cuentistas de Sálvame Deluxe y Programas Basuras, Día Mundial de Pro-Abortistas y Anti-Abortistas y un sinfín indeterminado de Días Mundiales que se agregarían a los tradicionales Día de la Madre, del Padre y del Trabajo, amén de los Santorales con fiestas de guardar.

Faltarían días a los trescientos sesenta y cinco anuales para festejar tantos aniversarios, y todos y cada uno querrían sus dispositivos policiales, sus banderas al viento y sus pasacalles en el centro de las ciudades. Cualquier día reivindico el Día Nacional de la Corrupción como medio de vida, pues no sólo pulula en este país desde tiempos lejanos, sino que el noventa por ciento de la población manifiesta que haría lo mismo. ¡Pena me da! ¡Hale, que disfruten de los orgullos, que yo no tengo ninguno!

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