El Ordenanza

Raíces

El Ordenanza. Capítulo 92

Escena 1

Como una cicatriz, serpenteante bajo los fríos rayos de sol de un avanzado abril, la carretera surca la orografía del principio del término municipal.

Dada la gran extensión de éste, el inmaculado automóvil de Sira Domenech tardará, en el mejor de los casos, unos buenos quince minutos en alcanzar el punto donde debe reunirse con el primer edil del municipio, la Plaza de Toros.

Se han citado allí ya que estacionar en el centro es misión imposible a estas horas de la mañana: las diez. Pese a conocer de sobra la ciudad, hace años que no la pisa y, cuando divisa las murallas del castillo, en la lejanía, la árida belleza del enclave le hace pensar por qué salió para la capital del Turia. El trabajo, claro.

El sonido del intermitente, para alcanzar el carril de deceleración, le parece un metrónomo exquisito. Se muere por poner los pies en su tierra.

Escena 2

  • Buenos días, Sira. ¿Cómo ha ido el viaje?
  • Bastante bien, gracias.
  • ¡Cuánto tiempo sin verte! ¡Estás guapísima!
  • ¡Oh! ¡Gracias! Tú estás tal y cómo te recordaba.
  • Eeeee… ¿gracias?
  • El tiempo no pasa para ti. Oye, ¿cómo es que ahora eres alcalde?
  • Imagino que mi afán por sentirme útil para el pueblo.
  • Son afortunados de tenerte.
  • No todos piensan lo mismo. Pero no hablemos de mí: cuéntame cómo te va.
  • ¿Qué te parece que te cuente mientras nos tomamos un café calentito? ¡No recordaba el frío que hace aquí en esta época del año!
  • Ya sabes, la temperatura fluctúa entre los veinticinco y los diez grados. La tierra del eterno resfriado.
  • Mi tierra…
  • Anda, vamos, que si nos ponemos nostálgicos, no llegaremos ni a la mitad de los sitios a los que hemos de ir.

Escena 3

  • Como ves, la situación es alarmante: si no sabemos controlar este boom, corremos el riesgo de que nuestra biodiversidad se vea reducida a hormigón, postes de acero y gigantescos paneles solares.
  • Entiendo. Yo no soy partidaria de lo que está ocurriendo. Esta fiebre del oro puede tener consecuencias muy negativas sobre el medio ambiente. ¿Sabes? Cuando estaba llegando, por la cárcel, he avistado una planta termo-solar. Decenas y decenas de hileras de placas me han acompañado durante un largo rato. El riesgo de que, el paisaje de la zona, se vea reducido a miles de cuadraditos engullendo rayos de sol es demasiado elevado. Esto me aterra. Ya sabes lo que se idealiza la patria chica cuando se vive lejos. Vengo dispuesta a hacer un informe exhaustivo de todos y cada uno de los daños que puede ocasionar la especulación.
  • Por eso te hemos llamado, por tu profesionalidad.
  • ¿Has tenido algún encuentro con los propietarios que van a vender sus tierras?
  • Todavía no.
  • ¿Conoces a alguien?
  • Sí, claro.
  • Me refiero a alguien que no venda solo por dinero.
  • ¿Te acuerdas de Jesús, el padre de Luis?
  • ¡Oh! ¡Jesús! ¿Qué tal está?
  • ¿Quieres que vayamos a verlo y hablemos con él?
  • ¡Vamos!

Escena 4

Freno y embrague, segunda. Balanceo hacia arriba del pie izquierdo, perfectamente acompasado con el derecho, que estabiliza la reducción del motor. Cambio de rasante. De ahí, unos cuatrocientos metros más y habrán llegado. A ambos lados del camino, las cepas basales se preparan, en sus pedregosos lechos, para continuar el ciclo ininterrumpido de la bebida de los dioses (y de los plebeyos).

El pequeño utilitario emboca el camino que comunica la pequeña carreterilla con la casa de Jesús que, alertado por Ike (un enorme y fiel pastor alemán), sale a recibirlos saludando con las manos embadurnadas en aceite de motor. Embrague, punto muerto, freno de mano.

  • ¡Nene! ¡Cuánto tiempo sin verte!
  • ¡Jesús! ¡Qué bien te veo!
  • ¡Anda, déjate de codos y leches! ¡Dame un abrazo y un beso, que no te voy a contagiar el bicho ese! Aquí no hace falta mascarilla.
  • ¡Corres tú más peligro que nosotros! Aquí estás más que a salvo. ¡Esto es el Séptimo Cielo!
  • ¿Qué te trae por aquí?
  • Pues lo primero, verte, que hace demasiado que no os visitaba. ¿Te acuerdas de Sira?
  • ¿La vecina de Juanjo?
  • La misma que viste y calza. Buenos días, don Jesús.
  • ¡A mí no me digas de usted, que me haces mayor! La Merce está en la casa. Pasad y nos tomamos unos vinos.
  • ¡Madre mía, Mercedes! ¡Cada día estás más guapa!
  • Hola, cariño, ¡qué de tiempo sin verte! Aquí me tienes, hecha una ermitaña.
  • Es el mejor lugar de la Tierra, sin duda.
  • Y no me quejo. Jesús y yo decidimos venirnos aquí, tranquilos, lejos de todo. Pasad, que preparo una picaeta en un momento.
  • ¡Pero Merce!
  • Para una vez que vienes, deja que te cuide.
  • ¿Te acuerdas de Sira?
  • ¿Sira? ¡No te había reconocido! Estás radiante.
  • Mercedes, usted siempre tan dulce…
  • Entrad a casa, que me lavo las manos y estoy con vosotros.

Escena 5

  • ¿Y no te da pena que, el sudor de toda tu vida, se convierta en un mar de placas solares?
  • Si vendo es porque no me queda otra. Entre contribución, agua y gastos, me cuesta más de cinco mil euros anuales, sin empezar a trabajar. Luego sumas lo que vale la vendimia, ya que mi viña no está emparrada, los tratamientos y todo y, la verdad, no nos llega para vivir.
  • ¡Y eso que nuestra uva es la mejor de la zona!
  • ¡Vaya!
  • Cuando recibí la oferta, me fui a la Cooperativa y les ofrecí la explotación de las tierras por la mitad de lo que me daban los de las placas… y nada… así que, si no tenemos apoyo, el precio de la uva es de risa y los pagamentos nos agobian, no nos queda más remedio que agachar las orejas y vender, como el resto de los vecinos de por aquí. Lo único que me alegra es que el contrato dura cincuenta años como máximo. Luego, la naturaleza volverá a su ser y, esta zona, volverá a verse tan hermosa como ahora.

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