La Rockola de Fernando

Si te dicen que caí

Los medios nos acercan últimamente noticias de esas que te hacen pensar, al menos a mí, en que nuestros dirigentes se preocupan más de lo que fue, que de lo que va a ser. Si bien todos y unos en más medida que otros, nos alimentamos alguna vez de recuerdos, no dejaré de reconocer que el recuerdo en el campo político no debería pasar de algún hecho muy puntual. Mucho se ha escrito sobre esos pueblos que olvidaron su historia, pero la gran verdad es que la historia se escribe mirando hacia adelante, nunca hacia atrás.
Somos un pueblo de bandos. Rojos y azules, moros y cristianos, romanos y cartagineses. Desde lo más profundo de nuestros genes, seguimos alimentando día a día esa lucha de clanes que ya se daba entre nuestros prehistóricos ancestros. Nos enzarzamos en vanas discusiones por casi todo. Que si Manolete contra Pepe Luis Vázquez. Que si Barça contra Madrid. Plaza sí o plaza no. Tenemos rivalidades geográficas. Catalanes y valencianos. Gallegos y vascos. Villeneros y yeclanos.

Acertó Goya cuando pintó aquella famosa lucha a garrotazos y si bien nos unimos cuando la cosa aprieta, cierto es también que a lo largo de la historia nos hemos deshecho más de una vez en guerras intestinas y fratricidas, en las que entre nosotros, sin necesitar de nadie más, hemos derramado nuestra propia sangre en nuestro propio suelo. Nuestra última guerra y esperemos que sea eso, la ultima, dejó más de un millón de muertos en ambos bandos, muertos que ya están todos enterrados y que ahí deben seguir, en su sitio. Y digo suyo porque como dijo el poeta “pa nacer o caerse muerto, no es ajeno ningún campo”.

No obstante, últimamente parece que como en una catarsis publica, algunos gobernantes e instituciones se empeñan en descorrer nuevamente las cortinas de aquella contienda y de aquellos años que a este paso nunca olvidaremos, consiguiendo con ello que nuestros nietos tal vez sigan viendo como propios unos muertos que ya solo pertenecen a la historia.

Carmena se empeña, incluso con errores de gran calibre, en remover todo ese pasado con la eliminación del callejero de nombres que a nuestra juventud actual, no les decían ya nada y que ahora ya les van siendo conocidos y esa universidad que tantas veces criticó esa radio norteamericana que con sus ondas invadía día tras día a esa perla del Caribe que es Cuba, se empeña ahora en resucitar aquella radio España Independiente, o Pirenaica, como era conocida. En otros ayuntamientos retiran cuadros de ex alcaldes de la época franquista, mientras todavía se dan en algunas parroquias misas por aquellos caídos “por Dios y por España”.

Y es que así no se puede avanzar libremente, pues pretender caminar hacia adelante, manteniendo la vista fijada en el pasado, me recuerda a aquel compañero de aulas y juegos que pendiente de lo que pasaba detrás de él, se llevó por delante una farola, para ingenuo divertimento de los niños que éramos entonces. Solamente que esta vuelta a la historia que se está proponiendo ahora, ni es ingenua ni es de niños.

Y rápidamente aflora de nuevo nuestra afición a los bandos, nuestro atávico deber de tener que pertenecer a una filiación concreta. Rápidamente han aparecido los que defienden la retirada de esos rótulos de ciertas calles, los que se han adelantado y las han quitado antes de que lo hagan los “otros”, y no me refiero a los de Amenábar. Han aparecido los que han hecho declaraciones a favor y los que se han echado a la calle a manifestarse en contra e imagino que en poco veremos en las noticias que los nuevos rótulos se han pintado o arrancado.

Y yo me pregunto y espero no ser el único, ¿sirve esto para algo? El que, por ejemplo, se elimine del callejero madrileño a Millán Astray, ¿hará olvidar el famoso discurso de Unamuno en la Universidad de Salamanca, en la que pronunció aquella famosa frase que dice: … pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir…? ¿O acaso resucitarán los muertos del Alcázar al retirar la placa que recuerda al Coronel Moscardó? No, nada cambiará la historia el hecho de retirar ciertas placas de algunas calles o plazas, sin embargo, sí que hará que volvamos todos a recordar unos tiempos que hace ya tiempo deberían haber sido olvidados. Tiempos en que independientemente de ideologías o bandos, todos demostraron lo incivil que es la guerra y lo bárbaro que puede llegar a ser el ser humano.

Así que desde esta modesta columna, me atrevo a pedir a nuestros dirigentes, de uno u otro signo, que miren hacia adelante, que construyan el futuro para nuestros descendientes, en vez de intentar reconstruir el pasado. Que nos den la ilusión de lo que ha de venir y que ya de una vez y por siempre, que sea verdad aquella estrofa hermosa que dice eso de… ¡allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos.

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