Vida de perros

Sympathy for the Devil

Es indudable que los resultados de los últimos comicios, los europeos, han sido motivo de alivio y alegría por parte de muchas de las fuerzas políticas españolas. Por fin el demonio realizaba su aparición en un lugar concreto: Podemos; y además se mostraba con nombre y apellido: Pablo Iglesias, “el Demonio de la Coleta”. Y es que aunque el Demonio puede tomar muchas formas, parece que el ojo humano se presta más a reconocerlo cuando se viste de izquierdas, acusa al almirantazgo del capital y el poder, y defiende los derechos de las “clases” más vulnerables, indefensas, excluidas y/o desfavorecidas.
En cualquier caso, insisto en mi convicción de que pese a lo que diga el gerifaltazgo político en ruedas de prensa o el tertulianado de las cadenas mediáticas “oficiales”, en realidad sienten verdadera simpatía por el demonio. Porque después de todos aquellos movimientos sociales (se dice en pretérito aunque muchos sigan todavía muy activos) reivindicando sus derechos y rechazando Sus privilegios, la sociedad española casi llegó a pensar que el demonio estaba en los Bancos, en las Cajas de Ahorros, en el Congreso, en el Senado, en la Casa Real, etc. ¡Créanlo! Llegó un momento en que “la masa” volvimos nuestras miradas llenas de decepción, desprecio y búsqueda de justicia, hacia esas “nobles” gentes e instituciones. Llegó un momento en que comenzamos a saber y el conocimiento nos llenó de dudas (la fe se quebró junto a nuestros derechos, nuestros salarios y nuestras opciones de futuro). Pero apareció Podemos y Pablo Iglesias, y allá arriba pronto comprendieron que de la Historia se obtienen las mejores fórmulas para derrotar al “enemigo”. Ahora ya no se trata de una sociedad, de una masa informe, contra la que es imposible luchar. Ahora se trata de un hombre, capaz de cometer (o de haber cometido, o al menos de poderle atribuir) errores propios del ser humano.

El Demonio llegó en el momento oportuno y se situó en el mejor de los lugares posibles: abriendo una brecha entre los grandes partidos y los pequeños partidos humanistas, sociales y ecologistas. El Demonio ya tiene nombre y por tanto ahora se puede diferenciar entre quienes están en el lado “bueno” y quienes están con el Demonio: qué buen modo de descolocar, de sacar de la pista, a las agrupaciones y asociaciones de izquierdas. Ahora es más fácil quitar y poner rey, más fácil llevar a cabo reformas tan vergonzosas como la reforma fiscal que presentó la pasada semana el ministro Montoro, más fácil aforar al ciudadano don Juan Carlos (¿Aforar? ¿Qué demonios es eso de aforar, de librar de responsabilidad legal?, me pregunto yo y el resto de países europeos que en la suma de su conjunto no alcanzan la cuarta parte de aforamiento del que exhibe España). De ahí que no es de extrañar la simpatía por el Diablo de nuestra suculenta masa dirigente, preocupada por sacar a la palestra todas las semanas el nombre del Demonio para que no volvamos a pensar que son ellos y ellas quienes engañan, manipulan y roban. Para que sucumbiendo a esa mentira repetida hasta que parece verdad sepamos a quien debemos temer.

El problema en realidad tampoco es ese. Yo, queridas personas, más bien sitúo el problema en un punto que ya he mencionado. El problema es que esta adoración al Diablo, esta maniobra de distracción, esta desmedida importancia sobre una agrupación política recién nacida y con tanto trabajo por hacer, en realidad está destinada a, repito, sacar del tablero a otras agrupaciones políticas con más historia y con demostrada firmeza que pueden ponerles en entredicho, que pueden sacar trapos sucios, que tienen sólidas convicciones formadas con las ideas políticas más peligrosas: las que dan prioridad al medio ambiente, a las personas, a la convivencia, por encima del dinero y del poder.

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