Una traición
El veintiocho de febrero de 1976, en la sede del Gobierno General del Sahara, la bandera española era arriada, sustituyéndola por la marroquí
Imágenes en blanco y negro con voz y relato de Diego Carcedo se reeditan en nuestra memoria. En blanco y negro porque así se nos grabaron. Noviembre de 1975, Franco agonizando y por el Sahara Occidental Español aquella multitud avanzando. Ya en hilera como hormigas provisoras, ya en bloques como comparsas, ya acampando en aduares dispersos. Una tormenta humana. A ver quién frena sin violencias ese tsunami pacífico de trescientas cincuenta mil personas enarbolando banderas y el Corán.
Esto por el lado invasor. Pacífico pero invasor. Por el lado amenazado, legionarios, piezas de artillería, tanques, vehículos blindados y una franja minada donde carteles bilingües advierten del riesgo. Para evitarlo. También, embarcándose, población civil española. Evacuados. Entre los enseres, una jaula.
En la escuela estudiábamos el Sahara Occidental como la quincuagésima tercera provincia del Estado. A tiro de piedra de las Canarias. Por lo que con ojos perplejos de niño patriota observábamos la intimidación. Pero desde principios de los sesenta, la ONU, con la creación del Comité de Descolonización, había apostado por salvaguardar los procesos de independencia de los territorios que anhelaban su autodeterminación. Poner fin al colonialismo. Así que los saharauis… Pero Marruecos pretendía colonizar aquel territorio.
La marcha verde no se improvisó. Trecientos cincuenta mil voluntarios, siete mil ochocientos trece camiones, diecisiete millones de quilos de víveres, veintitrés millones de litros de agua en cisternas y depósitos de plástico, doscientas veinte ambulancias, cuatrocientos setenta médicos y los carburantes necesarios no se improvisan. Aquello sí que estaba atado y bien atado para servir a los intereses principalmente de Marruecos. Atado y bien atado por los equipos diplomáticos y/o secretos de Marruecos, Francia, Estados Unidos, muchos países árabes y hasta de una parte del gobierno español.
Lo de Mauritania, animada por Marruecos, fue como buitre entre hienas, sabiendo festín un territorio que por mucho que se empeñara la monarquía alauita en que fuera res nullius –cosa de nadie, tierra de nadie– tenía amos: los saharauis. Un festín muy apetecible: minas de fosfatos, generoso banco pesquero, posición estratégica en el Atlántico…
Diecisiete de noviembre de 1975, presidido por Franco, se reúne el Consejo de Ministros. En una habitación contigua, los médicos vigilan al Caudillo. Pedro Cortina Mauri, responsable de Asuntos Exteriores, informa sobre el Sahara. Franco, aquejado de un fuerte dolor, se retira. Será en este consejo donde se decide entregar el Sahara a Marruecos. Los temores del Alto Estado Mayor y parte de la diplomacia internacional ante el riesgo de un Sahara en manos simpáticas a Argelia y Libia justifican la traición al pueblo saharaui, a sus deseos de autodeterminación avalados por Naciones Unidas y el Tribunal Internacional de la Haya.
Muy enfermo Franco, el entonces príncipe Juan Carlos, Jefe de Estado en funciones, el dos de noviembre manifestaba el deseo de proteger "los legítimos derechos de la población civil saharaui, ya que nuestra misión en el mundo y nuestra historia –dirá– nos lo exigen". Cuatro días más tarde, seis de noviembre, a las diez y media de la mañana, los marroquíes invaden el territorio español. Hasta el día diez regresando a Tarfaya. Entre los días doce y catorce, en Madrid se formaliza la entrega a Marruecos. El veintiocho de febrero de 1976, en la sede del Gobierno General del Sahara, la bandera española era arriada, sustituyéndola por la marroquí.
Imágenes que nuestra memoria reedita en blanco y negro. Pero imágenes a las que, pasando el tiempo, puso color un libro. En 1989, la editorial Kaydeda publicaba Historia del Sahara Español. La verdad de una traición, obra de José Ramón Diego Aguirre, historiador y coronel de artillería. Iluminando la traición, esclareciéndola.