Bien estamos, estamos

Un lugar peligroso

Nosotros fuimos esos niños que jugaban en aquella obra, niños que, como niños, no sentíamos los peligros que encerraban aquellos espacios…

A Isidro Hernández Mas

 

Corría principios de junio de 1973 y un joven IHERMASIsidro Hernández Mas–, con manifiesta vocación periodística, sensible a cuestiones que le importaban sobre su ciudad y mundo, manifestaba en el número cinco de la entonces quincenal revista Villena su preocupación por la obra abandonada junto al cine Cervantes.

Bajo la sección "MIS COSAS" aludía a aquella edificación inacabada por la sociedad "Construcciones Ibral", que tanto perjudicó a familias humildes que sufrieron la pérdida de sus ahorros como la frustración de sus ilusiones.

Aludía IHERMAS preocupándole que ese espacio abandonado fuera frecuentado por la chiquillería, utilizándolo como lugar de juegos. Lo que suponía un peligro. "Se puede decir –escribía– que esta obra está alejada de la mano de Dios y de los hombres, pero no del alcance de los niños, que en ella encuentran su diversión favorita; varias veces he visto a unos cuantos chavales subiendo y bajando por entre los huecos de las columnas de hierro, sin darse cuenta del peligro que ello supone". Intuyendo que la solución urbanística del asunto era cuestión compleja, nuestro joven articulista pedía remedio, al menos, a lo que denunciaba como anomalía. Sobre todo por prevención. —Más vale prevenir que curar –concluía.

En otro número posterior, el número siete, de siete de julio, bajo la sección titulada "Problemas chistosos, pero gravosos", sección que respondiendo al título combinaba crítica con ironía, volverá sobre el edificio inacabado invitando a "calcular los años que tardará en construirse el edificio situado junto al cine Cervantes, si según parece nadie se quiere hacer cargo de que está allí desde hace ya varios años esperando una madre –constructora– que lo termine de vestir".

Pues bien, volviendo a la primera preocupación manifestada por Isidro Hernández, nosotros fuimos esos niños que jugaban en aquella obra. Niños que, como niños, no sentíamos los peligros que encerraban aquellos espacios. Ahora, aventado el recuerdo por el artículo referido, nos entra el pánico al contemplarnos asomados a aquellas oquedades de escaleras y ascensor, a aquellos pisos sin cerrar abiertos al abismo de las calles.

Casquijo, ladrillos quebrados, sacos de cemento y yeso endurecidos, hechos piedra por el abandono, restos de ferralla retorcidos, columnas oxidadas, superficies horadadas, vacíos… Y allí, como en otros espacios que en nuestra infancia sentíamos con emoción paraíso, por clandestinos, cupo otro riesgo con el que crecimos: fumar los primeros cigarrillos.

No tengo conciencia de cuando comencé a fumar. Me atosiga la certidumbre de que fue demasiado pronto. Suerte que ya años es vicio abandonado. Pero me temo que, de existir la reencarnación, en diez vidas o más que fuéramos y no fumáramos en ninguna de ellas, tendríamos el cupo de tabaco amortizado por lo demasiado que hemos fumado en ésta, cosa de la que me arrepiento y gloso para que sirva de recomendación a quienes todavía conservan el hábito.

Precisamente, entre las preocupaciones mundo que ocuparon en aquellos años a Isidro, apuntando maneras, dedicó otro párrafo de "MIS COSAS" –éste en el número cuatro de diecinueve de mayo del 73– al problema del tabaco. Informado IHERMAS del peligro de contraer cáncer aquellas "personas que empiezan a fumar antes de los 18 años", manifestaba su horror ante esa predicción por la cantidad de gente que lo sufrirían. Y lamentándolo dibujaba la siguiente escena: "Mientras tanto podemos ver en cualquier calle niños de diez años, y aún menos, haciendo peripecias con su pitillo para aprender a tirar el humo por la nariz, a tragárselo a costa de unas cuantas toses, porque, ¡hay que aprender a hacerlo bien!, porque fumar ¡los hace más 'machos'!"

Y nosotros, apreciado Isidro, en 1973 también éramos esos niños.

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