Lo que pienso de

Arreglos en la fachada

Poco les he hablado yo de mi vecina la del segundo. Tampoco es que sea una persona que destaque demasiado, más bien lo contrario, cuesta sacarle las palabras de la lengua, aunque cuando habla, acierta. El otro día, después de que el Conseller se fuera de nuestra escalera, nos quedamos unas cuantas hablando de lo mal que habíamos quedado teniendo la escalera como la tenemos. Pero como bien dijo la del segundo, nuestro edificio está para pegarle un repaso general, porque no se pueden imaginar cómo tenemos la fachada.
En fin, que nos pusimos a hablar y decidimos que había que hacer una reunión cuanto antes, porque el edificio necesita un repaso general. Enseguida la del primero dijo que con ella no contáramos, que si decidíamos hacer arreglos en la finca que fuéramos pensando la manera de ver cómo lo pagábamos porque ella no podía afrontar los gastos de los arreglos.

Por supuesto, a ninguna se nos despertó el alma caritativa que al parecer todas llevamos dentro, porque enseguida una le contestó “pues esto es una comunidad y si decidimos hacer arreglos tú pagarás la parte que te corresponda”. “Pues yo no pienso pagar ni un céntimo”, dijo la del primero. En esas estábamos cuando la del segundo nos dijo, “a lo mejor no hace falta que paguemos nosotras los arreglos”. Todas nos quedamos mirándola intrigadas, esperando que de un momento a otro se frotara la nariz, como la protagonista de “Embrujada”, al tiempo que todo el edificio se movía estrepitosamente, para que en un abrir y cerrar de ojos nuestra escalera se convirtiera en la del palacio de “Sisí”.

Pero no fue así exactamente. Lo que vino a contarnos es que si no estábamos todas las vecinas dispuestas a pagar los arreglos, podíamos buscar algún patrocinador que nos pagase los arreglos necesarios. A la del cuarto y a mi nos entró la risa, ya nos estábamos imaginando con los batines rotulados con la marca del esponsor, los chándales de nuestros hijos también y los guardapolvos que llevan nuestros maridos en las fábricas con la misma marca de la empresa que nos pagara los arreglos. Pero la idea que tenía la del segundo no era exactamente la misma. Ella proponía que hiciéramos con nuestra fachada lo mismo que están haciendo con la de la Plaza de Toros, alquilarla para poner publicidad y con el dinero que nos paguen arreglar la fachada. A primera vista parecía una idea magnífica, porque se nos podía quedar una fachada preciosa sin que nos costara un euro. Quedamos en que lo íbamos a comentar con nuestros maridos y hablaríamos con el abogado para que nos buscara anunciantes. Pero a los diez minutos de que cada una nos fuéramos ilusionadas pensando en lo preciosa que se nos iba a quedar la fachada, la del cuarto vino a mi casa y me puso los pies en el suelo: “vamos a ver, Rosa, si alquilamos la fachada para poner publicidad las vallas taparán la fachada, si la publicidad tapa la fachada para qué la queremos arreglar, lo mejor será que cada vecino pague lo que le corresponda y nos dejemos de experimentos”, me dijo. La verdad es que no le faltaba razón, a mí tampoco me acababa de convencer la idea de la del segundo, no me veía yo asomándome al balcón y dándome de narices con la trasera de una valla del Corte Inglés.

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