El Volapié

El inventor de la siesta

Los ecijanos presumen de ser los inventores de la siesta y desde luego que la ejercen como nadie tanto en invierno como en verano. Por aquellas tierras es inevitable la siesta en verano porque es imposible trabajar cuando el sol está en lo alto. Después de comer cada cual se refugia donde puede y espera resignado a que amaine la canícula y es cada vez más frecuente que las tiendas, por ejemplo, reanuden su actividad a partir de las ocho de la tarde.
En Écija tuve la suerte de compartir una mesa y un mantel con algunos tipos de la zona con motivo de una semana gastronómica, del tono de las que se hacen en el restaurante Warynessy de Villena. Mi amigo Fernando Castellano, conocedor de mi afición a la buena mesa, a los buenos toros y a las mejores compañías, me convocó por sorpresa sabiendo que iba a dar en el torcido clavo que es quien escribe esto. A la mesa nos sentamos Fernando y sus padres, Jaime Ostos y su esposa, Guillermo Gutiérrez y la suya, una señorita que apareció de repente y yo.

A unos les embelesa el Papa, a otros ZP y a casi todos el Gran Polanco. Reconozco que a mí me agrada sobradamente el superficial flirteo que en contadísimas ocasiones me ofrece el mundillo de los toros pues todos tenemos idéntico mérito con esto de las aficiones y los ensimismamientos. Ni siquiera ocultaré lo mucho que me entusiasmaría que el Papa, ZP o Polanco me reconociesen en su círculo de amistades, así probarían la mejor gachamiga del mundo.

Cuando uno va entrando en Écija otea desde lejos el horizonte de sus trece torres y en cuanto las pierde de vista comienza a repetir mentalmente los topicazos que la han hecho tan popular. Además son tópicos que se corresponden plenamente con la realidad. Si ustedes son televidentes de cualquier programa de esos de la tarde que emiten en cualquiera de las cadenas nacionales, seguro que cada verano les repite la operación de asar un huevo sobre el suelo de la sartén de Andalucía.

Por suerte mi visita no se produjo ni en verano, ni en primavera, ni en otoño. Aquella agradable comida transcurrió poco antes de unas fiestas de Navidad, lo que contribuyó a que se digiriese mejor la consistente comida que nos sirvieron. Los aperitivos se parecen mucho en todas partes. Se parecen peligrosamente diría yo, puesto que lo mejor que uno espera de estas citas es la biodiversidad culinaria. En cualquier caso todo estaba riquísimo, no lo duden. El plato fuerte lo llamaron berza. Un fuerte guiso a base de hortalizas, legumbres, carne, embutido y verduras, de cuya receta tomé buena nota y que al poco traté de imitar con bastante buena suerte. Lo malo es que en mi casa ya somos pocos a los que nos gusta la cuchara. El postre casi me hizo sucumbir y todavía lo llevo grabado a fuego en las papilas: Leche frita y tocino de cielo, por este orden.

La tertulia entrañable y taurina desde el primero hasta el último minuto. Jaime Ostos fue apodado por los revisteros de su época como Jaime Corazón de León, por el gran coraje y el poder que ejercía sobre los toros. Sus excepcionales volapiés son referente en todas las escuelas taurinas sobre cómo hay que ejecutar los tiempos de la suerte suprema.

Guillermo Gutiérrez “El Ecijano”, fue el banderillero de confianza de >Juan Antonio Ruiz “Espartaco”, y su anecdotario siempre anda salpicado por esa gracia andaluza que no se puede aguantar, que la vida es como la siesta y los sueños, toros son.

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