Al Reselico

El universo en llamas. La lluvia en los zapatos

Llegó la magia y estaban solos. Ojalá les vaya bien y todo sea de verdad

Qué alegría más tonta. Lo piensa recién despertado. Ojos aún pegados y legañas en las pestañas. Es lunes por la mañana y llueve sobre la ciudad. Jodido anticiclón. Se le van a mojar los zapatos cuando vaya a trabajar, aunque en el fondo le da absolutamente igual. Enredada a su lado, aún durmiendo, está su chica. Atrapada en un plano perfecto a contraluz. Unos tenues rayos de sol cruzan a malas penas las cortinas de la habitación e iluminan su perfil. La claridad del alba, fría y lluviosa, baña una silueta del pecado diseñada para él.

Nunca nadie le había hecho sentir tan inquieto y vulnerable. Se siente como el Gigante de Big Fish. Escucha la lluvia caer, tranquilo e inmóvil sobre la cama. Lleva así diez minutos. Sintiendo cómo las primeras luces del día aclaran palmo a palmo su habitación. Sin abrir los labios y sin dejar de mirarla. Sigue tumbada boca abajo, abrazando una almohada, con su corta melena revuelta sobre la espalda desnuda. Por su respiración intuye que está despierta. Se apoya en la cabecera y con uno de sus pies descalzos empieza a acariciarle la pierna, cerca de la zona nuclear, adivinando el tacto de su piel bajo el pantalón del pijama. Ella gira la cara y sonríe sin abrir los ojos. Sí que está despierta. Más bonita que ninguna. Él se quita las gafas, se levanta de la cama y pone música en Spotify mientras ella levanta los párpados y sigue sus movimientos con la mirada, entre expectante y distraída.

Te comería a versos –dice él, por soltar algo divertido, mientras se le acerca y ella empieza a reír.

Miedo me das –contesta–. ¿Has dormido bien? Buenos días por cierto.

No te preocupes por mí. Buenos días –replica, susurrando en su oreja y aprovechando de paso para morderle fuerte el cuello, notando un cuerpo tenso y cálido bajo el suyo.

 “Eres lo único que vale la pena”, piensa decirle. Pero no lo comenta en voz alta. Por vergüenza o por no querer pasarse de moñas. En realidad da igual, porque ambos se miran a centímetros de distancia y ya todo da igual. Se estudian sin disimulo, intentando descubrir que significa cada mueca, cada silencio… Ella tiene las manos ocupadas en desperezarse pero su mirada deja entrever una sutil expresión. Un suave gesto que sus labios se encargan de convertir en invitación diabólica. Una foto que él tiene grabada a fuego en su memoria. La viva imagen de quien te ofrece un regalo envenenado al que no puedes decir que no. Incendios que se pueden armar. Si quieres, bailamos.

Ella tiene un don. Como superpoderes. Consigue que sonrían sin saber por qué. Están recién levantados, agotados de todo el fin de semana y es un asqueroso lunes, pero aún así sonríen. De una manera imperceptible para los demás, pero no para ellos. Sonríen pícaros y seguros de sí mismos. Con ese punto insensato de quien es aún joven y se siente inmortal, sempiterno. Porque no necesitan más que eso. Una actitud, una mirada, una señal. Mientras se besan, la luz que ya entra sin temor por la ventana ilumina sus rostros con colores naranjas. Un maravilloso beso de buenos días. Se besan como si fueran a morir mañana. Cuando sus lenguas se separan, se enredan sus miradas y relampaguean destellos de deseo en sus ojos.

Todo. Su piel necesita su piel, su boca necesita su boca. Maraña de caricias, ternura, gemidos, calor y tibieza. Pijamas que vuelan, algunos insultos entre dientes y los arañazos precisos. Guerra mundial, dura y dulce al mismo tiempo. Las orejas en el centro de su andar. Dos cuerpos de alfiler que se pinchan sin frenos, sin medir si más o menos. Todo su universo en llamas y reducido solo a ella, a él, a ellos. No existe nada ni nadie más. Rock&roll so slowly, hasta que se quedan como sin presión y vuelan en otra dimensión. Quietos y agotados, inmóviles y tranquilos, calmados al fin. Respirando entrecortadamente, pecho contra pecho, con sus bocas en el hueco de sus cuellos.

Hermosa taquicardia. Llegó la magia y estaban solos. Ojalá les vaya bien y todo sea de verdad. Ojalá no se suelten del brazo y lleguen sanos y salvos a la orilla a la que les dirija la vida. Ojalá sigan por siempre allí los dos, en ese dormitorio, exhaustos y sin aliento entre un revoltijo de sábanas y colchas arrugadas, enredados uno en el otro. Siendo su rincón favorito del mundo, resguardados de cualquier problema. Disfrutando juntos de la mejor sensación que existe, la sensación de sentirse querido. Gozando de lo bonito que es estar enamorado.

Lo nuevo de Leiva suena a través del altavoz.

Afuera, en la ciudad, sigue lloviendo. 

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