La hoguera de los continentes. Una amiga valiente
Cristina es una tipeja realmente asombrosa. 25 años. Sencilla, trabajadora, culo-inquieto, divertida, ultrainteligente y enormemente comprometida
En febrero del año 2011 (cómo pasa el tiempo) escribí mi primer artículo para El Periódico de Villena. Se llamaba “Un amigo valiente” y en él hablaba de mi amigo Pablo López Francés, que por aquel entonces se embarcaba en la aventura de irse a Perú a trabajar como voluntario para intentar hacer de este mundo un sitio un pelín más justo. Un poco mejor.
Otra amiga mía, Cristina Martínez Ferrando, se irá ahora mismo a donde Cristo perdió el gorro, un poco más arriba. Se marcha hasta julio a Yaoundé, capital de la república de Camerún, para dar clases en un colegio, trabajar en su oratorio juvenil y participar en los proyectos educativos que allí se desarrollan. Lo aparca todo (trabajo estable, comodidad, amistades, pareja…) para irse a África como voluntaria internacional. Se va porque ha decidido cooperar en lo que pueda, tener la oportunidad de ayudar a gente que no tiene las facilidades de las que disfrutamos en este “primer mundo”.
Cristina es una tipeja realmente asombrosa. 25 años. Sencilla, trabajadora, culo-inquieto, divertida, ultrainteligente y enormemente comprometida. Estudió traducción e interpretación en Alicante pero se cruzó en su vida el “gusanillo” de lo social y se dio cuenta de que había encontrado su camino, así que decidió centrarse en eso. Y vaya si lo hizo. Premio a la excelencia del máster en Derechos humanos, democracia y justicia internacional por la Universidad de Valencia, técnica de voluntariado en la Fundación Iniciativa Solidaria Ángel Tomás, técnica de educación para el desarrollo en la Fundación Jóvenes y Desarrollo, portavoz de la campaña #CiesNo a favor del cierre de los centros de internamiento de extranjeros, cooperante en proyectos de la asociación Elín en Ceuta, habla perfectamente 4 idiomas, chapurrea otros y si quieres saber de su vida prepárate para oír audios interminables de whatsapp. Porque es prácticamente imposible quedar con ella. Tiene una agenda que ni la del alcalde.
Una vez me dijo que “este planeta no va a cambiarse solo”, y ella cree que no hay mejor manera de intentar mejorarlo que dando su tiempo a los demás. La admiro y me da envidia sana. El voluntariado internacional debe ser mucho más que un viaje. No se trata sólo de trabajar en otro país, viviendo entre otras costumbres, culturas y personas. Dejar de lado tu zona de confort, afrontar entornos y retos distintos, saber adaptarse a ellos… tiene que cambiarte y ser un maravilloso motor de crecimiento personal. Cristina no va a Camerún de turismo solidario, como algunas pavas e ignorantes influencers, que están allí unos días, se hacen fotos con los “pobres negritos” y luego las suben a Instagram. Ella va para aportar su granito de arena, para vivir una experiencia que le permitirá volver con más fuerza a seguir luchando aquí por crear el mundo en el que cree.
Porque el voluntariado internacional no es un fin en sí mismo, sino un medio para transformar tu propia realidad. Bien entendido y gestionado, es el ejemplo perfecto que demuestra que no todos los jóvenes de hoy en día son personas pasotas, indiferentes e impasibles ante los problemas que existen a nuestro alrededor. Yo no conozco a ninguna persona más comprometida con el cambio y la transformación social del mundo en el que vivimos que mi amiga Cris. Nadie que luche más directamente en su día a día contra el racismo, la intolerancia y la xenofobia. Nadie que lo lleve más interiorizado y se esfuerce tanto en trasmitirlo a los demás. Quizás ella sea una bonita anomalía entre nuestra juventud pero, sinceramente, no lo creo.
En los últimos festivales del Rabolagartija, cuando tocaba La Raíz, procuraba aprovechar para pedirme algo de comer y sentarme por el final del recinto. No soy muy fan de pogos y adolescentes en trance. Así, disfrutando del concierto en paz y relajado, con mi mini de cerveza, me llamaba mucho la atención cómo el público dejaba de dar botes durante una única canción. Todo el mundo se unía para cantar al compás “La hoguera de los continentes”. Un tema que habla de dar voz a los que no la tienen. Una canción tranquila y preciosa que desprende en cada nota solidaridad y mestizaje entre culturas. Ese coro de miles de voces, cantando todos a una, en mi cabeza se convertía siempre, mientras sonaba, en la metáfora de la Juventud que debiéramos ser. Una Juventud que lucha y cree en una sociedad mejor, cada vez más integradora, más consciente de la importancia de convivir, acoger y respetar, de difuminar las fronteras geográficas, culturales o económicas que nos dividen.
El pasado fin de semana los familiares y amigos de Cristina le hicimos una despedida sorpresa. Queríamos desearle buen viaje y mucha suerte. Es una amiga valiente y todos vamos a echarla mucho de menos. Es una amiga de la que sentirse orgulloso. Allí en su campo, entre risas y conversaciones, me prometí a mí mismo que tenía volver a escribir de nuevo, ocho años después, sobre todos esos jóvenes voluntarios que se comprometen y luchan por los demás, aquí en España o en otros lugares del planeta. Sobre todos esos jóvenes que son capaces de enfrentarse cada día a las injusticias sociales del mundo que nos ha tocado vivir. Jóvenes como Pablo en su momento, como Cristina ahora, que sueñan con un futuro mejor y se lanzan a conseguirlo. Jóvenes que, como entona La Raíz, cantan para levantar la marea a contracorriente, gritando "también tenemos corazón los desafinados”.