El Volapié

La vida de los toreros

Hace unos días mi amigo Mateo Marco tuvo la amabilidad de regalarme un par de libros. Un par de libros de temática taurina, nada más y nada menos, que a decir verdad no abundan. Me dice Mateo que los ha encontrado en una librería y que se ha acordado de mí, que él ya los ha leído y que me los recomienda y regala. Me pilló con El Gatopardo en la mesita de noche, una obra póstuma del aristócrata siciliano Lampedusa, y he tardado un poco en acometerlos.
Las Águilas lo escribió en 1911 José López Pinillos, apodado Parmeno, y con El Matador hizo lo propio Barnaby Conrad en 1952. En ambos se relata la agitada vida de toreros con cartel. La obra de Pinillos la protagoniza Josele, un matador sevillano de la primera década del siglo XX, y en el libro del useño la trama gira en torno a Pacote, un torero cordobés de alto copete de los años cuarenta del mismo siglo. En ambos casos se trata de historias inventadas basadas en hechos reales, siendo esto último una opinión muy personal.

López Pinillos nos evoca un ambiente hondo y sevillanísimo en el que recrea incluso el acento cañí de la Sevilla eterna, los amoríos del torero con la cigarrera, con fiel reflejo del mundo taurino, subterráneo y hermético, al que sólo tienen acceso aquellos a quienes les han salido los dientes en él, con destellos sorprendentes de la vida y del oficio de Joselito El Gallo, que inducirían a pensar que esta novela pudiese estar inspirada en sus avatares de no ser porque la singladura de Gallito sucedió durante la década siguiente. El trágico final no sorprende a nadie.

Conrad fue cónsul en España y parece ser que llegó a alternar con Juan Belmonte y Carlos Arruza en festivales. Eso declara la contraportada de la edición que me ha traído Mateo. Sin embargo me ha resultado imposible encontrar dato alguno sobre este presunto torero useño en la enciclopedia taurina El Cossío, y quien no está en El Cossío no es torero. Es muy probable que este Barnaby Conrad pudiese haber asistido a algunas fiestas y tentaderos, como mucho, pues sus conocimientos son tan someros que me parece imposible que estén expresados por alguien que se ha puesto delante de un toro. Puede tratarse de un desliz, al igual que los novilleros que en Villena han sido no constan en la afamada enciclopedia. En realidad me baso en otros datos de mayor peso específico y que encontramos a cada paso durante las explicaciones de la lidia. Por ejemplo, es absurdo que el autor nos diga que los picadores esperan la salida del toro dentro del ruedo, o que se ponen las banderillas antes del tercio de varas. Estas afirmaciones son a la tauromaquia lo que al fútbol sería decir que un partido se ha jugado con dos balones y tres porterías. El desenlace de su novela tiene lugar en 1947 y en este caso no me cabe duda que pretende homenajear la figura de Manolete. Las coincidencias son escalofriantes y su ubicación temporal hace que me atreva a aventurar este extremo.

El denominador común de ambas obras es la cruda realidad del entorno de una figura del toreo y el final trágico que los encumbra. Las Águilas es una de las mejores novelas que he leído sobre toros, quizá no haya otra igual tras Muerte en la tarde de Hemingway. El Matador es un despropósito desde el punto de vista de la pureza del toreo, pero nos ofrece una visión muy interesante del universo taurino.

Muchas gracias, Mateo.

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