Nuestros hijos
Nuestra infancia fue la calle, porque la aventura estaba en la calle…
Nuestros hijos... Nuestros hijos somos nosotros con doce años o camino de los doce años. Somos nosotros porque cualquiera de nosotros podría ser el niño o la niña –yo veo una niña– que aparecen fotografiados en la portada del libro que nos ocupa. Un libro coeditado en 1975 por Magisterio Español, Prensa Española, Planeta y Editora Nacional para la colección Biblioteca Cultural de RTVE. Un libro, el volumen 33, titulado ¿Qué leen nuestros hijos?, escrito por Carmen Bravo-Villasante.
Efectivamente cualquiera de nosotros podría ser uno de los niños que aparecen en la portada. O el niño de la derecha que con su jersey cerrado marrón oscuro, el cuello blanco y almidonado de la camisa asomando sus picos, peinado a lo Marcelino, lee concentrado un libro grande. O a su lado la niña, algo menor, que relaja su lectura y descansa la cabeza apoyándola en su brazo, el pelo algo despeinado, jersey o rebeca blanca, camisa azul celeste, observando con placidez a su aplicado compañero de mesa.
La colección Biblioteca Cultural de RTVE, remedo en parte de la que Salvat en colaboración con Alianza Editorial había publicado entre 1969 y 1971 –Biblioteca Básica Salvat de RTV– pretendía, como aquella, poner al alcance del público y a un precio módico obras de diverso contenido. Para difundir cultura y ciencia. En este caso el ensayo de Bravo-Villasante venía a poner en valor la literatura infantil, despiojándola de esa etiqueta de género menor que siempre le ha afectado.
Bravo-Villasante lo deja claro desde el principio: "Cualquier obra bien escrita, vaya dirigida a quien sea, es una obra de arte". Y también más adelante, en la misma introducción, afirmando que cuando la literatura es hermosa sirve para todos. Pero... Nosotros, hijos en los setenta, ¿qué leíamos por aquellos años? En mi caso siempre he reconocido haber sido un lector tardío.
Cuando el centenario del nacimiento de Miguel Hernández, la Asociación Cultural Orihuela 2m10, para acompañar algunos poemas de nuestra cosecha, nos pidió un currículum. Lo titulamos Currículum vital. En él, reconociendo nuestra condición de lector tardío, recordábamos que nuestra infancia fue la calle. Y fue la calle porque la aventura estaba en la calle. Principalmente en El Carril –Sancho Medina–, en el Paseo y Parterre, en los aledaños del Círculo Agrícola Mercantil y Teatro Chapí y en las vías del tren, sobre todo en las del desmantelado Chicharra. También, y esto daba para más aventura, sin la zanja criminal de la autovía, en la Sierra de la Villa, castillo de Salvatierra y Minica de los Colores. Por lo que leer, leer, no tanto: No tanto como me cuentan que leían en su infancia algunos amigos poetas que tengo. En nuestro caso, insistimos, la lectura fue más tarde.
Volviendo al libro de Carmen Bravo-Villasante, tras el recorrido por la literatura infantil europea que hace la autora, comprobamos que al margen de aquellos libros de actualidad en aquel momento, como por ejemplo Pipi Calzaslargas de la sueca Astrid Lindgren, están también los libros de siempre. Algunos cuestionados ahora por el talibanismo de lo políticamente correcto. Las aventuras de Pinocho, Robison Crusoe, los cuentos de los Grimm, el Struwwelpeter de Hoffmann, los cuentos de Andersen, los cuentos de Perrault, las fábulas de La Fontaine, todo Julio Verne, El Principito, Los viajes de Gulliver, todo Dickens, Alicia en el país de las maravillas, todo Salgari, Corazón, algo de Tolstoi, de Gorki y... Y que no se nos olvide El conde Lucanor de nuestro señor Juan Manuel. Estos entre muchos más de siempre, de España y de más allá que ahí estaban. Tentando contra la calle. Estaban y estarán.
¡Qué recuerdos! La colección de libros de RTVE, eran de tapa amarilla. También vienen a mí memoria la posterior suscripción al Círculo de Lectores, con libros juveniles como el requeteleído Colmillo Blanco.
Bonitos retazos de una infancia muy feliz.