Vida de perros

Vida de autos

Mi trabajo actual me lleva en demasiadas ocasiones a utilizar un vehículo motorizado para repartir los pedidos de nuestra clientela, sea en Villena, en Alicante, en Elche, en Elda, y en fin. No es que se trate de una acción portentosa ni exótica, ni tan siquiera alejada de la práctica que cualquier querida persona puede realizar cualquier día de la semana si no todos los días. Quizás lo extraordinario del caso consista en la transformación que se produce en mi aburrido pensamiento de las acciones y escenarios que recorro. Sabrán, como yo, que la prudencia asumida por propia seguridad y la de nuestro vehículo se ve asaltada en cada uno de los instantes que pasamos en movimiento –incluso podríamos prescindir de tal condición–.
En la carretera vemos sin esforzarnos en encontrarlo cómo de tanto en tanto los camiones juegan a lo que yo llamo “Todos a 80”, que consiste en que un camión adelante a 80 kilómetros por hora a otro vehículo de similares características que circule a unos 79 Km./h., obligando así a reducir un tercio de su velocidad al resto de vehículos durante un considerable período de tiempo. Este popular juego me trae a la memoria el comportamiento que ciertas áreas de las que componen las concejalías muestran tras un cambio de gobierno. Y encontrado con esta idea siento la tentación de realizar una serie de analogías que relacionen situaciones o comportamientos viales con los ofrecidos por el ejercicio político. Aunque no creo que sea necesario componer lo que usted puede hacer en el hogar que se esconde tras los ojos.

En un ejemplo rápido y sin reflexión tendríamos: Juventud como un autobús de línea que gira sobre su circuito durante tanto tiempo que ha logrado acostumbrar a la ciudadanía hasta pasar desapercibido; un autobús que si lograra que alguien le prestara un instante de atención mostraría sus neumáticos casi sin dibujo, su ventilación anticuada, sus asientos rasgados, la ausencia de sistemas accesibles, etc. Bienestar Social sería un taxi en hora punta en una gran ciudad: siempre solicitado, siempre intentando transportar algo de determinada situación a otra. La concejalía de Hacienda o el Equipo de Gobierno se comportarían como un agente de tráfico, como un concesionario capaz de modificar las características del resto de medios de transporte. Y aquí lo dejo, tal y como les dije queda propuesto el juego para disfrute de cada cual.

Lo que sí me pregunto es a lo que corresponderían las incursiones de las constructoras en este asunto del tráfico. Me imagino que ellas serían los coches aparcados en doble fila, o los que abandonados “momentáneamente” en nuestro vado impiden que entremos o salgamos del garaje, o los que cortan las calles a conveniencia, o… vaya, ¿ven dónde está el problema? Que no se puede crear una analogía con dos elementos iguales. Para colmo, la reducida lista de acciones mencionada viene desde lejos trayéndonos de cabeza hace ya mucho tiempo. Haciéndonos la vida imposible, porque además todo esto ocurre arbitrariamente para quienes lo sufrimos que no para quienes lo llevan a cabo. La pequeña luz que se atisba al final del túnel tal vez sea ese pequeño punto que se mencionó en la Ordenanza de limpieza y demás. Tal vez no. Tal vez atajar este asunto sea una misión imposible, tal vez un Mundo Superior auspicie la tarea de abrir una y otra vez una zanja donde poco antes se abrió, como en un castigo soportado por los héroes griegos: el hígado de Prometeo que tras ser devorado por el águila volvía a crecer para que ésta lo volviese a devorar, la piedra de Sísifo que una vez en lo alto de la montaña volvía a caer obligándolo a repetir el tránsito…

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