Érase una vez una ciudad en la que, cada cuatro años, sus habitantes se reunían en un gran mercado para celebrar juntos el festival de las manzanas. Había una gran variedad de ellas, de todos los tipos y colores: manzanas verdes, manzanas azules, manzanas rojas, lilas, naranjas, rojas más intensas, una nueva variedad de color turquesa e incluso unas verdes fosforitas.
Los habitantes de esa ciudad esperaban ansiosos la llegada del festejo porque en él tenían la oportunidad de elegir su manzana favorita. Aquella que más les gustaba y que más le apetecía comer durante los próximos años. Así, cada cuatro cursos, la ciudadanía era convocada un domingo para asistir al festival y optar por un único tipo de su fruta más preciada. Una persona, una manzana. Era su Derecho y su responsabilidad.
Durante todo el año en el mercado existían a disposición de los ciudadanos de aquella ciudad varios tipos de tan rica fruta. Esa oferta aún se ampliaba mucho más cerca de las fechas del gran festival, porque al olor de un posible beneficio nuevas variedades se ponían a la venta en los mostradores y puestos, esperando colocar unas cuantas piezas. Las pomas que se ofrecían no se distinguían entre sí solo por su color, también se identificaban por otras características, a simple vista o al primer bocado: presentación, imagen, maduración...
Había manzanas que tenían una pinta increíble pero luego defraudaban, manzanas que simulaban ser nuevas pero estaban ahí festival tras festival, manzanas podridas, que los tenderos intentaban colar a toda costa, manzanas recién llegadas, manzanas que nunca jamás tenían la culpa si salían malas, manzanas apetitosas, manzanas con ilusión de ser las elegidas, manzanas que no sabían a nada, manzanas renovadas y agradables, manzanas precipitadas y oportunistas, manzanas que parecían sabrosas pero podían salir rana y manzanas… que no merecían ni que se les llamara manzanas.
En esa ciudad sus habitantes no siempre habían podido decidir cuál era su poma favorita. Pensar que su derecho a elegir era algo natural e inherente hacía que algunos de sus ciudadanos no le dieran valor y a veces olvidaban lo que implicaba no hacerlo. Olvidaban que no sirve de nada lamentarse de cómo salen las cosas si luego no eres capaz de moverte para cambiarlas. Como recordaba el maestro del lugar: “Si el día del gran festival te quedas en casa y no eliges tu fruta favorita, luego no vale quejarse si prefieren una que no te guste”.
De esta forma, eligiendo manzanas masivamente, no quedándose en casa, era como la ciudadanía tomaba su decisión. Una decisión que marcaba su futuro, porque resolvía qué variedades pondrían los tenderos en sus puestos durante los años venideros. Era una elección que representaba la voluntad de una sociedad tolerante y abierta, participativa y democrática. Una sociedad que celebraba cada cuatro años su capacidad para elegir sus frutas favoritas en un ambiente tranquilo, festivo y de gozo. Porque, más allá del resultado, aunque unos prefieran las manzanas verdes, las rojas o las azules, la mayoría de sus ciudadanos saben que, en el fondo, son muchas más las cosas que les unen que las que les separan.
Los habitantes de esa ciudad tienen este domingo una nueva cita en el gran mercado. Han pasado cuatro años desde la última vez que se juntaron para seleccionar cuál era su fruta favorita, aquella a la que le otorgaban su confianza. Les pomes verdes fueron entonces las triunfadoras. Ahora cada habitante tendrá la oportunidad de volver a elegir otra manzana preferida. Podrán mantener sus costumbres o podrán optar por un cambio.
Y es bueno que eso pueda pasar. La alternancia es sana y necesaria. Así, las empresas de cultivo, los tenderos y agricultores, se esfuerzan más en intentar obtener un buen fruto, atractivo y apetecible. Un fruto que la gente de esa ciudad quiera escoger. También es bueno que haya variedad, aunque en algunos puestos se ofrezca un producto que casi nadie querría llevarse a casa. La pluralidad de opciones, como de manzanas, es enriquecedora siempre que se ejerza desde el respeto y la sensatez. La ciudad sería más aburrida y gris si solo pudieran elegirse manzanas de un par de colores.
Así que, señores y señoras, este domingo vayan ustedes a escoger manzanas. Las que prefieran, aquellas que piensen que más les van a gustar o que mejor van a sentarles. Porque les parezcan las más apetecibles, porque las que seleccionaron hace 4 años no les han convencido, porque conocen la tienda, porque las vende algún amigo o familiar o porque son las que han comprado toda la vida… O vayan al gran mercado y digan que no les gusta ninguna, que se sienten defraudados con todas las variedades. Elijan lo que estimen más conveniente, faltaría más. Cada cual tendrá sus razones para preferir esta o aquella y todas las opciones son respetables y legítimas. Recapaciten y decidan lo que quieren.
Pero eso sí, acudan al mercado. No falten. Compren manzanas. Tienen la posibilidad de ser escuchados, la responsabilidad de decidir cuestiones importantes sobre el futuro de la ciudad donde viven. Porque no hay mejor herramienta de cambio, mejor forma de favorecer nuestros intereses colectivos, mejor manera de opinar sobre aquello que nos importa, mejor modo de reivindicarnos como sociedad libre y plural, que ejerciendo nuestro derecho de voto. Uy, perdón, que eligiendo manzanas.
Bonita y didáctica metáfora. Y sí es nuestro deber y nuestro derecho hacerlo, la lástima es que las manzanas sean , salvo excepciones raras, de invernadero.