Mi abuelo Pepe nunca ha sido un hombre de muchos discursos, tampoco de risas excesivas. Me gusta eso de él. También su aspecto clásico, de boina y garrote, de villenero de siempre. Me gusta su amor por los perros y por el campo. Su afán cabezota de seguir haciéndolo todo con sus propias manos y su propio esfuerzo. Sus ganas de plantar todavía el huerto y de continuar recogiendo sus tomates a pesar de los achaques. Sus maneras silenciosas y su actitud reservada. Cada cual guarda los recuerdos de sus mayores de la forma que quiere. Yo siempre he guardado en los míos esa imagen de mi abuelo. Una persona formal y callada. Trabajadora y constante. Un hombre tranquilo y sereno, de sonrisa a medias y pocas palabras.
Le pirran los deportes. No hay día que vaya a su casa y no tenga puesto alguno en la tele, sea el que sea. Eso nos ha llevado a disfrutar de buenas anécdotas a su lado. Como cuando los nietos lo llevamos hace unos años a Mestalla a ver un Valencia – Athletic, nuestro equipo contra el suyo. La imagen entrando al estadio fue estampa de guardar: el abuelo con bufanda rojiblanca de sus leones vascos y alrededor nosotros, sus cuatro sucesores, gritando AMUNT con nuestras bufandas blanquinegras. El partido acabó 0-3. Los de Bilbao nos dieron un repaso de narices y Pepe, contento mientras comía pipas, nos decía con retranca que a la próxima le llevásemos a ver algún encuentro más igualado.
Guarda las costumbres de gente de su edad, claro. Y no todas son iguales que las de ahora. Alguna vez le hemos reñido porque nunca se levanta de la mesa a la hora de comer. Ni a ponerla, ni a servirla, ni a recogerla. Él nos mira con ojos extrañados, sin saber bien a qué nos referimos. Eso sí, no nos contesta, porque si algo tiene mi abuelo Pepe es que ya no suele batallar con nadie. Es de pocas palabras también para eso. Se guarda sus opiniones para sí mismo. Quizás sea un mecanismo desarrollado con el paso de los años para sortear el intenso vendaval femenino que ha gobernado su casa.
En uno de sus pocos momentos dicharacheros, una comida de navidad alrededor de unos vasos de herbero, los nietos nos sentamos a su vera para escucharle contar historias de las que nunca cuenta. De aquella Villena de su infancia y juventud, que tanto dista de la nuestra. De sus recuerdos de posguerra, de viejos lugares y tradiciones, de la mili, de los juegos, bailes y canciones de entonces. En esas estábamos cuando mi primo Raúl, quizás el que más ha heredado en la familia su manera callada y reservada de afrontar la vida, le preguntó por qué nunca decía una palabra más alta que la otra. Su respuesta mientras sonreía a medias, amén de ser quizás una de las frases más largas que le he oído pronunciar nunca, ha quedado marcada a fuego entre los nietos, como lema vital: "A vuestra abuela y a vuestras madres les digo siempre que si y luego hago lo que me da la gana. Así yo estoy más tranquilo y ellas están más felices".
Alguna vez me ha pedido que le imprima estos artículos semanales. Que él no sabe cómo va eso del internet y los ordenadores. Supongo que prefiere leerlos en negro sobre blanco, en papel de toda la vida. “Aer cuando los traes en un libro” me soltó hace poco. Y creo que lleva razón. Así que, por qué no, voy a darme el gusto de recopilar y publicar estos artículos semanales en un librito que titularé “Al Reselico” (siendo tope original) y que estará además regado con colaboraciones de escritores, amigas y amigos. A ver si de esa manera: ordenados, encuadernados y con portada, estos textos parecen algo más serios y perspicaces. Me hace especial ilusión, no les voy a mentir. Un libro que guarde impresas entre sus páginas palabras y memoria. Un libro que puedan leer mis abuelos.
Lo presentaré uno día de estos en el Salón de la Cerveza. Ya les diré cuando, porque les espero a ustedes allí. Seguro que también viene mi abuelo Pepe. Ya me lo puedo imaginar sentado en primera fila, callado y formal, con su aspecto clásico, de boina y garrote, de villenero de siempre. Y como cada cual guarda los recuerdos de sus mayores de la forma que quiere, así es como guardaré yo los suyos: Un hombre tranquilo y sereno, de sonrisa a medias y pocas palabras. Creo que no es mala forma de que al final te recuerden.
El abuelo Pepe es mi primo hermano, y me siento feliz de serlo…