Tomando el fresco
Parece que todo el mundo haya salido hoy, a respirar el inicio del próximo verano
Sentado en la terraza de MQR, de espaldas al Teatro Chapí, doy un trago a mi cerveza mientras caen las últimas luces de la tarde. Es viernes y hace poco que he salido de trabajar. Antes de dirigirme al paseo, lugar habitual de encuentro y cañas, me he equipado para el fin de semana, raudo y veloz: Converse, vaqueros rotos, camiseta de Han Solo y La M.O.D.A en los auriculares. Hace un atardecer cojonudo, temperatura ideal y ni una nube en el cielo. Mis amigos no han llegado y no me apetece andar trasteando el móvil, así que levanto la mirada y observo a la gente que tengo a mí alrededor. La explanada del Paseo Chapí está llena de familias, parejas o grupos de jóvenes. Parece que todo el mundo haya salido hoy, a respirar el inicio del próximo verano.
Veo escenas simpáticas. En la mesa alta de la esquina hay una pareja de adolescentes, con aspecto de estudiantes, diecinueve o veinte años. Andan besándose ajenos al resto del mundo, como si el planeta explotara en diez minutos y solo ellos lo supieran. Un poco más allá, sentados en el Culto, un par de matrimonios elegantes y con pinta distinguida está riéndose a carcajadas con Raúl, mientras le compran unos cupones. Los bancos alrededor del monumento a Chapí están llenos de grupos de mayores que se torran tranquilamente al sol, creo reconocer al caballero del video roto, sentado a la vera del dueño del bancalico de olivos vendido (o no) a los ingleses. Aunque no estoy del todo seguro que sean ellos. A la que si reconozco es a la niña del Cabare-té, que corretea alegre por los columpios frente a la heladería, bajo la atenta mirada de sus padres. Entre las manos esta vez no lleva un libro, sino una correa de la que, unos pasos más adelante, anda estirando un perro negro, pequeñajo y juguetón.
Disfruto aquí sentado, viendo pasar la vida. También lo hacen ellos, la gente que me rodea. Cada uno a su modo y manera disfrutan de un merecido descanso de viernes tarde, tras una semana de mareos y desaguisados. Ahora es momento de desconectar y pasar el rato a la sombra de toldos y arboles, entre compañeros, familiares y amigos, con una coca cola, una cerveza o un tinto de verano en la mano. Faltaría más. Porque si algo tienen estas fechas –aparte de la maldita alergia – es la maravillosa posibilidad de hacer vida en la calle, de disfrutar de terrazas y buen clima, de que una tarde de “tomar algo” se pueda liar hasta bien entrada la madrugada, de pedir en los bares habas y caracoles, de recrearnos en algo tan maravillosamente nuestro como “salir a tomar el fresco”.
Enfrente de mi piso ya han empezado a reunirse las vecinas mayores de la calle. Salen cuando el sol empieza a esconderse y a calentar lo justito, cuando arranca a soplar el airecillo. Cada una lleva su silla y se juntan en la puerta de una cochera, justo delante de mi portal. La acera es de estas estrechas, que solo permite el paso de una persona a la vez, pero ellas se apañan. Hacen su corrillo y hablan de sus cosas: nietos, clima, chismes, viajes, achaques… Cuándo me mudé allí, llámenlo educación o adiestramiento social, de las primeras cosas que hice fue acercarme y presentarme, aunque obviamente ellas ya sabían quién era yo. Conocían a mis padres, mis abuelos y los motes de mi familia. Desde ese día, cada vez que las veo las saludo afectuoso. Y no pueden imaginar el respeto que les tengo. Señoras y vecinas de toda la vida, con esos vestidos clásicos, de estampados y botones por delante, que con el buen tiempo se reúnen cada tarde a “tomar el fresco”, en una costumbre tan llena de tradición y de memoria.
Os dedico un largo trago de Estrella Galicia. A vuestra salud, Antonia, Mercedes, Virtudes o como os llaméis todas. Y a la salud de todos los que me rodean aquí en el Paseo. Por muchos más atardeceres de calor pintados de sana amistad y de bonitos recuerdos. Por todos esos buenos momentos, entre risas y charraícas, que ya no os podrá arrebatar nadie nunca. Porque ojalá cuando un día de azar absurdo dejemos de juntarnos en las terrazas de esta vida, podamos seguir haciéndolo allá dónde vayamos todos. Y vete tú a saber, quizás mis vecinas continúen “tomando el fresco” en ese otro lugar, en otra acera estrecha, disfrutando de un verano que será eterno, honrando sus costumbres, sus tradiciones y su memoria, reuniéndose poco a poco en su corrillo de siempre con más amigos, familiares y conocidos, con el caballero del video roto, el dueño del bancalico y, llegado el momento, cuando las cartas vengan mal dadas y no puedas ni envidar de farol al futuro, también con la niña del Cabare-te y con un servidor.
No sería un mal final. Pero sin prisas, que a las misas de Réquiem nunca fui aficionado. Por ahora voy a sonreír, a pedirme otra cerveza y a coger de nuevo el móvil. Tengo que empezar a escribir un artículo.