Caminando a la Agrícola. Jóvenes de incierto futuro
No hay nadie que no tenga un buen amigo, o dos, o tres, que hayan tenido que irse fuera de España a buscarse la vida
Son las cinco de la tarde y hace un calor del demonio. Villena está ardiendo, casi desierta. Solo faltaría que, de vez en cuando, pase rodando algún salicornio por la Avenida de la Constitución, como en las películas del Oeste. Voy dirección “El Reselico”, a pegarme un merecido chapuzón y disfrutar de esta tórrida tarde de verano. Detengo la moto para incorporarme a la rotonda y entonces los veo, tan felices y campantes, andando tranquilamente mientras el sol les da de pleno. Los llevo viendo todo el verano, a medio día o a cualquier otra hora. Un grupo de adolescentes que caminan hacia la Agrícola. Les observo tranquilo, no hay tráfico y puedo conducir relajado y con calma. El viento, seco y cálido, me acerca apagado el sonido de sus risas. Son una pandilla de chicos y chicas, entre catorce y quince años, todos con zapatillas o chanclas, bañadores y mochilas a la espalda. La típica pinta de amigos en una tarde de piscina.
Mientras espero, con las manos apoyadas sobre el manillar, que un camión enorme coja la salida de la autovía, pienso que suerte tenemos de que no ocurra alguna desgracia cada verano. Con la de grupos y pandillas que harán este peligroso trayecto cada periodo estival. Andando o en bici. Sin aceras en condiciones, por una vía de servicio hasta la Agrícola siempre a tope de coches y llena de baches, badenes y socavones; y con unos pasos de peatones en la rotonda que casi ninguno de los chavales usa nunca porque, como somos tan lumbreras, se colocaron dando directamente a unos terrenos secos y yermos de descampado. Pero la vida continúa, los chicos y las chicas seguirán yendo cada verano hasta el Círculo Agrícola, andando por los arcenes, con sus toallas bajo el brazo, su inconsciencia adolescente y todo su futuro frente a sus ojos. Se bañarán en la piscina, se enamorarán en el césped y hasta que no ocurra un infortunio que nadie desea, aquí nadie moverá un dedo.
Estoy pensando en eso, más o menos, hasta que el camión termina de coger la salida hacía Alicante y le doy al puño de la moto. Dejo atrás a la cuadrilla de chavales camino de la Agrícola y cuando enfilo la carretera hacía Caudete noto que se me pone en la cara una sonrisilla tonta mientras pienso en mi mismo, tiempo atrás. En esos veranos ociosos en el campo de mis abuelos y en el Club de Tenis, sin nada que hacer excepto disfrutar de los amigos, los libros y la piscina. Con todo el tiempo libre del mundo y con toda una vida por delante que soñar y construir. Cómo esos chiquillos adolescentes que iban caminando hacia la Agrícola, seguro que pensando sólo en pasar la tarde, en whatshappearse con la chica que les gusta y en poco más. Me pregunto si a ellos también les habrán contado las mismas historias que me contaban a mí, cuando tenía su edad. La cantinela esa de formarse y esforzarse para tener un futuro mejor. En algunos casos y con mucha suerte, les faltaba añadir. Hay que joderse. La de cantidad de amigos que tengo con currículums acojonantes, con un nivel de estudios de morirse, licenciados en esto y aquello, graduados en dos carreras, idiomas, cursos y especialidades, que matarían ahora por poder pasar una tarde de verano tirados al sol, disfrutando del césped de la Agrícola, del Club de Tenis o de cualquier campo de su Villena.
Porque entre la gente de mi generación no hay nadie que no tenga un buen amigo, o dos, o tres, que hayan tenido que irse fuera de España a buscarse la vida. Y no hablo de típicos aventureros a los que les pirran las nuevas experiencias y están viviendo en el extranjero por aprender idiomas, con el objetivo claro de volver, no. Tampoco de los que reniegan de su pueblo y sabían que se irían desde adolescentes, porque nunca les ha gustado vivir aquí, o de los que tienen que irse si o si porque su trabajo, sin remedio posible, por proyección o casuística, es incompatible con Villena. Yo hablo de jóvenes que tras la ilusión de unas carreras, tras años de esfuerzo, sacrificios y sueños, no encuentran cerca de su hogar, por ningún lado, trabajo de lo suyo. Hablo de maestras, ingenieros, educadores sociales, enfermeras… de una juventud preparada, pero indefensa y olvidada entre tanta palabrería y demagogia. De una generación de estudiantes formados que, cansados de verse ninguneados en empleos temporales y basura, para avanzar en su carrera laboral, en su vida y en sus expectativas de futuro, se ven forzados a ganarse el pan fuera de su tierra. Hablo de jóvenes villeneros y villeneras que se ven condenados a marcharse para poder volar libres. Hablo de Pili, Julia, Jessica, Samuel…
Todos ustedes conocerán a alguien. Póngale cara, nombre y apellidos.
Espero que ese grupo de chavales, esa pandilla de amigos, lleguen sanos y salvos a la Agrícola. Ojalá disfruten de esta preciosa y calurosa tarde de verano. Sin pensar en su futuro, sin miedo a él. Gozando de su maravilloso y joven presente. Mucho me temo que llegará el día en que en la mochila no lleven toallas para la piscina, sino currículums en los que depositen sus últimos restos de esperanza.