De la narrativa al cómic con los mejores autores
Abandonad toda esperanza, salmo 894º

Apenas tres meses después de la columna anterior sobre el tema, volvemos con otras cuatro adaptaciones literarias de gran interés y de las que, a mi parecer, hay que destacar especialmente el apartado visual de todas ellas. Me permitirán que empiece con una novela gráfica que además de ser sumamente recomendable por su valor intrínseco como tal, supone una recuperación de un texto que merece cierta reivindicación: porque al hablar de la narrativa vampírica, es verdad que antes del Drácula (1897) de Bram Stoker estuvo la Carmilla (1872) de Sheridan Le Fanu; pero mucho antes de esta última un tal John William Polidori escribió el relato que se considera seminal de este subgénero de la literatura de terror: El vampiro, que vio la luz nada menos que en el temprano 1819.
Con el paso del tiempo, al recuerdo de Polidori lo acabó sepultando el de lord Byron (para el que ejerció de médico y secretario personal), como al de ambos se los tragó en cierta forma el de Mary W. Shelley, porque su Frankenstein es mucho Frankenstein. Y es que fue precisamente durante la misma velada en la que la esposa de Percy B. Shelley concibió el germen de lo que luego sería el título fundacional de la novela de ciencia ficción que a Polidori se le ocurrió la historia de cómo Aubrey, un joven inglés, conoce a lord Ruthven, un misterioso extranjero que acaba de pasar a formar parte de la alta sociedad del Londres de entonces; y de cómo este vínculo lo arrastrará a la perdición. Ahora, el guionista madrileño Miguel Babiano y el dibujante valenciano Domingo Giner se han reunido para convertir este relato en un cómic plasmado en un poderosísimo blanco y negro que muestra por parte del ilustrador la bien aprendida influencia no ya solo de los confesos Alberto Breccia y Frank Miller, sino quizá también de mis admirados Bill Sienkiewicz y Keko... y de artistas ajenos al noveno arte como Munch, Ensor o Schiele. Sin lugar a dudas, estamos ante una de las grandes revelaciones del sector en lo que llevamos de año.
En cambio, una novela que no necesita ningún tipo de reivindicación es El señor de las moscas: la obra de William Golding es uno de los textos más leídos en los institutos del Reino Unido y también de Estados Unidos (o lo era, al menos hasta la llegada de Trump a la Casa Blanca); y aunque en nuestro país no se repita la circunstancia, está considerada sin lugar a dudas como uno de los grandes clásicos literarios de la segunda mitad del siglo XX. Esta historia sobre un grupo de niños que tras sufrir un accidente de avión acaban en lo que parece ser una isla y de cómo, sin contar con la supervisión de los adultos, acaban reproduciendo los logros pero también los males de la sociedad de aquellos, ya tuvo su reinterpretación gráfica por parte de Jorge González en una preciosa edición ilustrada del libro original. Pero ha sido más recientemente cuando se ha convertido en un cómic propiamente dicho de la mano de Aimée de Jongh, hasta ahora conocida por dos títulos tan aplaudidos como El regreso del halcón abejero y Días de arena. En esta ocasión, la autora neerlandesa se ha acercado al texto de Golding con sumo respeto -tanto es así que todos los diálogos han sido rescatados y reproducidos tal cual de la obra original-, aportando su talento en un apartado gráfico de estilo diáfano, similar al que cualquier lector esperaría de una serie de BD francobelga. Sorprende lo bien que combinan la belleza de su trazo y la calidez de su coloreado con la crudeza in crescendo de un relato que sigue estando tan vigente como en el momento en el que Golding lo escribió.
Ya en el territorio de la literatura nacional, una de las novedades más interesantes de los últimos meses es Mo, la novela gráfica con la que el guionista vasco Pello Varela se ha acercado a la novela Memorias de una vaca de su compatriota Bernardo Atxaga. Para ello ha contado con la inestimable colaboración del dibujante colombiano Juan Suárez, que debuta aquí como autor de novela gráfica... y de qué manera: en esta versión de la fábula protagonizada por una vaca que ostenta una mancha con forma de estrella en su faz y que es capaz de hablar (al menos con quien quiera y sepa escucharla), las planchas que la componen resultan sumamente expresivas gracias tanto a la distribución de las viñetas a lo largo y ancho de la página como al acertado empleo del color como herramienta narrativa; así, a lo largo del relato se contraponen la placidez de las secuencias más o menos bucólicas en las que el animal protagonista observa y trata de entender el mundo que la rodea con la agitación de aquellos momentos en los que se muestra el sinsentido de la violencia que desatan algunos sentimientos y comportamientos humanos tristemente reconocibles. En resumidas cuentas: estamos ante un gran descubrimiento que no debería pasar desapercibido.
Seguimos dentro de las fronteras de nuestro país con la última recomendación de hoy: Una obra maestra es la aproximación satírica (ya desde el mismo título) del guionista y dibujante Lorenzo Caudevilla a la narrativa corta del humorista, divulgador y a la postre escritor Juan Carlos Ortega. Precisamente esta última actividad es la que trata de ejercer el protagonista de la historia, Jacinto, un aspirante a escritor que parece carecer de cualquier atisbo de talento pero que parece obstinado a escribir la Gran Novela Española (o incluso Universal) que lo consagre como uno de los autores más leídos, vendidos y admirados de todos los tiempos. Para ello, no dudará en recurrir a los recursos más rastreros que se nos puedan ocurrir (IA incluida, claro está)... sin sospechar que nada va a salir como tenía planeado en un principio. Para contar las desventuras de este arribista literario y de otros personajes secundarios pero memorables, Caudevilla despliega un amplio abanico de estilos, recursos narrativos y referencias intertextuales (literarias, comiqueras, cinematográficas) que logran hacer de la lectura de este relato de cierto aroma esperpéntico una gozada de principio a fin. Por si esto fuese poco, el gran tamaño de la edición permite disfrutar del espectacular arte de este autor oscense -al que habrá que seguir con suma atención- como se merece. Y probablemente la suya no será una obra maestra, como tampoco lo serán el resto de títulos recomendados hoy; pero ni falta que le(s) hace. Léanlos, disfrútenlos... y apunten los nombres de sus responsables en esa libreta o esa aplicación donde apuntan las cosas que hay que tener bien presentes. Yo ya lo he hecho.
El vampiro, de J. W. Polidori, El señor de las moscas, Mo y Una obra maestra están editados por Desfiladero, Alianza, La Cúpula y Dolmen respectivamente.