El Diván de Juan José Torres

El ombligo propio como logo, los asuntos del país como discurso

PSOE y Unidas Podemos son víctimas de sus propias ambiciones y presas de sus particulares miserias

Los políticos de este país, de un tiempo a esta parte, han perdido la cultura del arte de la negociación. Acostumbrados desde hace años a la alternancia bipartidista, el rol que tenían que desempeñar era el acoso y derribo, desde la oposición al poder, y viceversa; aunque no siempre tuviera cada lado la razón. La representación teatral y circense de los tratos, por sistema y desde las dos partes, ha permanecido siempre. Raramente existían acuerdos programáticos en los grandes asuntos de Estado y, si coincidían, solo en temas de coyuntura internacional o de estrategia militar. El bipartidismo aparentemente desapareció, pero en realidad sigue existiendo sólido en amplios bloques: la derecha y la izquierda.

Echo de menos esos pactos de antaño, como los de la Moncloa, donde fuerzas de distintas procedencias y geografías dejaron atrás sus egos para aliarse en unas aventuras democráticas, sin experiencia ninguna, para reconstruir una nación que huía de su pasado y con evidentes amenazas militares de involución. Recordar entonces a Manuel Fraga o a Santiago Carrillo abrazarse, irreconciliables en sus posturas ideológicas, fue un gesto para la reconciliación. La derecha, procedente del Movimiento del aparato franquista, democristianos, nacionalistas catalanes y vascos; el PSOE renovado de Felipe González que tomó el relevo a los exiliados socialistas históricos, el PCE democrático.

Recordar entonces a Manuel Fraga o a Santiago Carrillo abrazarse, irreconciliables en sus posturas ideológicas, fue un gesto para la reconciliación

Un posible gobierno del PSOE-Unidas Podemos, que podría haber resultado un hito histórico en la era democrática española para el electorado que representa, se ha ido al garete. Los ombligos de unos y de otros, da igual a estas alturas de la película, han conseguido que un feliz parto acabe, antes de su proceso de gestión, en un aborto político. Ahora se echan la culpa los unos a los otros, responsabilizando del incidente al tejado ajeno, como si estuviéramos visionando es preciosa proyección cinematográfica de Alejandro Amenábar.

Nadie ha sido y han sido las dos formaciones. Los socialistas acusan a la otra parte de que sus exigencias eran desmesuradas en relación a su rango electoral. Unidas Podemos imputa al gobierno en funciones que sus ofrecimientos significaban una humillación, pues les ofertaban carteras maría sin apenas relevancia. Pedro Sánchez obsequiaba ministerios secundarios y Pablo Iglesias reclamaba sillones principales. Para unos los ministerios de Interior, Defensa, Trabajo, Economía y Hacienda son intocables e intransferibles, para otros innegociables. Y la espiral dialéctica de recriminaciones mutuas no acaba más que empezar y pasarán los meses, hasta las mismas vísperas de nueva campaña electoral, en que los recelos, desconfianzas y rencillas no cesen ni un solo día, endemoniándose unos a otros, con la cobertura morbosa de los medios de comunicación.

En realidad las dos formaciones son víctimas de sus propias ambiciones y presas de sus particulares miserias. Cada parte ha diseñado a priori unas líneas rojas en las duras negociaciones, pero sin explicitar claramente. El PSOE está delimitado por dos tipos de presión que en ningún momento ha hecho públicas: por una parte la Monarquía, las empresas del Ibex y las recomendaciones de Europa le aconsejan que pacte con C´s y se aleje de aventuras experimentales con eso que llaman la izquierda radical. Por otra parte sí es notoria su animadversión con la posible dependencia de partidos nacionalistas, como los catalanes ERC y PDeCAT o los vascos PNV o Bildu, de los que se aísla y desvincula manifiestamente.

Pero el deseo de Unidas Podemos de controlar ciertos ministerios también supone otra línea roja para el gobierno de Pedro Sánchez.  Las áreas a la que aspiraba la formación morada, con IU, molestan y mucho a la estabilidad del poder, débil e insuficiente, socialista: la potestad en determinados ámbitos ministeriales puede facilitar la inspección de asuntos complejos y desagradables para el gobierno, como por ejemplo la amnistía fiscal, de la que el PSOE se comprometió a desvelar cuando estaba en la oposición y le entró amnesia una vez acomodado en la Moncloa; la derogación de la reforma laboral, igualmente archivada en un cajón o materias relacionadas con la Memoria Histórica o concordatos divinos.

El caso es que la sinrazón vuelve a imperar al imponerse negociaciones insalvables que abocan a unas nuevas elecciones generales. Quién sabe si cuando se celebren de nuevo, la derecha, mucho más sabia y concentrada, tiene la fuerza suficiente para poder gobernar con holgura. Entonces se lamerán las heridas propias tanto el PSOE como Unidas Podemos, ya en trance de necesitarse en una nueva escena imposible. O puede ocurrir que, llegado el caso, el PSOE aumente escaños y su otra izquierda se derrumbe lastimosamente, teniendo que recurrir a los apoyos de ERC o PNV, situación esperpéntica de la que ahora han estado huyendo. Los ombligos particulares pesan más que los problemas generales.

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